¿Recesión o depresión? ¿Y Venezuela?

Y, estamos seguros, pondrá nuevamente cara a cara las dos corrientes del pensamiento que dominaron el panorama mundial del siglo pasado y prometen hacer lo mismo en este. Decimos, las que influyeron en el diseño de políticas económicas y, para bien o para mal, acompañaron el desarrollo de la sociedad.

La crisis actual no termina con la recuperación y saneamiento del sistema financiero, que no han sido alcanzados aún. Las dificultades que caracterizaron los años 2008 y 2009, y a las cuales el Banco Central de Europa y la “Federal Reserve” respondieron con el abaratamiento de las tasas de interés y con el respaldo efectivo al mercado financiero, parecieran ser recuerdos del pasado. Igual, la quiebra de grandes consorcios bancarios que lucían indestructibles. De hecho, hay duchos en la materia, y entre ellos el premio Nobel Paul Krugman, que sostienen que hoy vivimos una tercera depresión. Decimos, el comienzo de una crisis económica profunda, la cual se caracteriza por la reducción dramática de las inversiones y de la demanda de bienes de consumo. En resumen, la depresión, en las economías de mercado, es el efecto de una producción superior a la demanda de bienes. El fenómeno conduce irremediablemente a la contracción en el volumen de inversión. ¿Resultado? El incremento del paro.

Krugman escribe que “las recesiones son frecuentes; las depresiones, raras”. Y es verdad. La historia contemporánea está lastrada de períodos largos o cortos de recesión. En fin, de altibajos coyunturales de la economía. En cambio, tan sólo se registran dos épocas que, por sus peculiaridades, son consideradas “Depresión” por los analistas. Para la primera, hay que remontarse a dos siglos atrás. La economía mundial, en 1873, sufre una caída pronunciada y sostenida en las inversiones externas y en los precios de los bienes. La respuesta al fenómeno es el incremento de las inversiones internas, las cuales dan origen a desequilibrios entre oferta y demanda con consecuencias en los precios. Las empresas, al observar cómo se deterioran sus márgenes de ganancias, optan por la “cartelización” de los precios. De esta manera, ponen freno a la competencia exagerada y controlan las fluctuaciones en los costos de los bienes y servicios. Hay quien hace remontar a esta época el surgimiento de los “trust”.

La otra “Gran Depresión”, es harto conocido, se produce en 1929. E, igual que la primera, se caracteriza por la caída de la producción, de los márgenes de ganancia y del empleo. Son miles las compañías que quiebran y otros miles los trabajadores desempleados. La enseñanza que se deriva de esa dramática experiencia es que para recuperar la producción se torna determinante la participación del sector público. En fin, la inversión del estado que permita motorizar la demanda y, a través de esta, recuperar la producción privada.
Echar leña al fuego. Algunos economistas, con razón, manifiestan temor por la orientación ortodoxa de los gobiernos de los países industrializados; la tendencia evidente a recortar gastos con el objeto de favorecer un mayor equilibrio en sus cuentas. Obsesionados por sus temores a la inflación, los participantes al G20, parecieran de acuerdo en la aplicación de políticas restrictivas; medidas que en épocas de depresión sólo conducen al tobogán de la deflación. En efecto, en el ùltimo encuentro, no se han pronunciado en favor de políticas de incentivos; referencias obligadas en “summit” anteriores. El tema principal, en cambio, ha sido la necesidad de reducir las deudas públicas y de alinear los déficits a las exigencias de Maastrich. Las consecuencias de estas disposiciones son la caída de la producción, la menor demanda interna y, dulcis in fundo, la reducción en las inversiones. La debilidad del euro, como es fácil suponer, estimulará las exportaciones hacia otras áreas monetarias. Mas, frenará la circulación de mercancías adentro de los lìmites del Viejo Continente.

Todo indica que las medidas de austerity no alcanzarán su cometido. Y, como Paul Krugman, Mario Draghi, Mario Monti, Romano Prodi, Carlo De Benedetti y Luca Cordero di Montezzemolo, sólo para nombrar algunos, las consideran inoportunas. Es su opinión que la coyuntura actual requiere estrategias expansivas; estrategias de corte keynesiano.

Depresión y deflación. Venezuela, no es secreto alguno, está viviendo una coyuntura particularmente compleja; confusa en el aspecto político, por lo que todos sabemos, y difícil en lo económico, por las debilidades del modelo de desarrollo. La empresa privada, en un entorno hostil, ha dejado de invertir. Muchas están al borde de la quiebra. En este contexto, se inserta la realidad exterior. En fin, la crisis del mundo industrializado de la cual no podremos escapar, por efecto de la globalización. Es de suponer que la caída del consumo y de la producción tendrá consecuencias negativas en la demanda energética – léase, contracción en los ingresos que el país recibirá por concepto de venta de crudo -. Venezuela, hoy, es mucho más dependiente del petróleo que años atrás. De los ingresos petroleros depende la estrategia económica y social del gobierno actual. Y también la de los venideros. No hay que consultar la esfera de cristal para predecir que la venta de un menor volumen de crudo tendrá reflejos negativos en las importaciones de materias primas y de bienes manufacturados. Peor aún, obligará a contener y racionalizar el volumen de los amortiguadores sociales que, hoy, contribuyen a reducir los conflictos y a asegurar la paz social.

Mauro Bafile