“Perdidos en la desinformación”

Me imagino como sería retransmitida la noticia de la firma del acta de la Independencia por parte de dos periodistas de diferentes posturas políticas: el periodista “a” pasaría una nota al barco anclado en el muelle de La Guaira y dispuesto a llegar a España dentro de tres meses, en el siguiente sentido: “en la Provincia de Venezuela, devotos fieles del Rey Fernando VII han suscrito un acta de apoyo a su regreso al trono, repudiando los avances napoleónicos”. El periodista “b” habría escrito lo siguiente: “Un grupo de ambiciosos terratenientes criollos han aprovechado las recientes noticias de los avances napoleónicos sobre España para preparar una campaña de separación de la metrópolis, a los fines de adquirir el poder político sobre los territorios coloniales”.


¿Creen ustedes que un lector imparcial y ávido de noticias, entendería a través de la lectura de los dos textos, qué es lo que estaba pasando? Naturalmente que nó; pero además, cuando la noticia pudiese llegar a su destino, ya habrían ocurrido múltiples sucesos que podrían haber cambiado el panorama original que la generara. Hoy en día, la noticia va más rápido que los propios sucesos, se anticipa incluso a ellos, pero no llega sola, sino que recoge por el camino un universo de opiniones, datos; contra informaciones y la narración misma de los hechos efectuada bajo las más variadas formas, al punto de agrandarlos, reducirlos, disfrazarlos, enaltecerlos. Es decir, la noticia se contamina con circunstancias y opiniones
En nuestra sociedad globalizada, los grandes intereses organizados están siempre preparados para manipular la noticia a su antojo y para preparar cuando tienen tiempo para ello, una matriz de opinión que ha de formarse mediante una afirmación falsa o verdadera, pero que ha de quedar subliminalmente presente y que no se borrará nunca, al punto de que aún cuando sea desvirtuada, quedará planteada como una duda y bien sabemos que del cajón de las dudas es de donde se extrae el ropaje de la mentira.
Ante la crisis de Libia, sin que hubiese antecedentes de ninguna naturaleza, un Ministro de Relaciones Exteriores afirma que Gaddafi se ha asilado en Venezuela. ¿Cómo es posible que tamaña falsedad sea dicha por una persona tan importante? ¿Cómo pudo ensuciar su credibilidad con semejante afirmación que, naturalmente, va a ser de inmediato desmentida por la evidencia de que Gaddafi no ha salido de Libia?
La respuesta de sí valió la pena arriesgar su credibilidad está presente. Claro que valió la pena para los fines que podía haber perseguido porque lo que se necesitaba era establecer la relación entre ambos países: países petroleros, países de la OPEP, gobiernos fuertes mal vistos por algunos estados integrantes del Grupo de los 8. La falsedad quedará subliminalmente en los lectores que, en una u otra forma, harán enlaces a través de ella y con ella.


¿A quién creer cuando con la simple fuerza de una noticia lanzada, se pueden construir los propios sucesos? Es el drama fundamental que en los momentos actuales vivimos en Venezuela el de: ¿a quién creer? A unos medios asociados con las mejores agencias internacionales, pero dispuestos siempre a tergiversar las noticias para que su lectura satisfaga sus tesis políticas, o al otro lado de los que se defienden como se hace cuando se trata de defenderse, esto es, utilizando todas las armas.


Estamos perdidos en la desinformación y por eso cada vez más será el mensaje individual que se recibe a través de los medios electrónicos el que le puede dar un poco de seguridad a la noticia, aun cuando sea la noticia vista por los ojos del afectado o del ganancioso. Cuando se dice que Internet va a ganarle la batalla a los medios, en el fondo se está respondiendo que ella puede transformarse en esa luz que buscamos cuando estamos perdidos como ahora en la desinformación.