“No todo lo que brilla es oro”, ¿o sí?

No siempre la tradición o la cultura popular tienen la respuesta a los problemas o a las inquietudes humanas, pese al famoso refrán del gato que perdió su vida por ser curioso. A primera escucha, quizás piense que esa frase es una amenaza, que el conocimiento lo llevará irremediablemente a la perdición, pero hay otras lecturas que se pueden hacer, como que el conocimiento puede tener tanto valor como la vida o como que el fin último de la vida puede estar en la búsqueda del saber.

En todo caso, creo que la persecución del conocimiento es una decisión personal, cuando no se vuelve una obligación, pero siempre ofrece cuantiosas retribuciones, no solo para el aventurero del saber, sino también para quienes lo rodean, incluso mucho tiempo después de sus hallazgos.

Piense en el hombre primigenio, habitante de un mundo hostil, ignoto y peligroso, constantemente acechado por bestias temibles y periódicamente afectado por situaciones cuya explicación apenas podemos hoy en día comprender. Imagine la espera impaciente, el frío ineludible y la certeza de lo efímero de la vida. Hoy todo lo damos por hecho: el bombillo que ilumina su sala, el vehículo que lo transporta diariamente a su destino, su despensa llena de alimentos seguros para el consumo humano y con fecha de caducidad conocida.

No sé si la curiosidad haya sido la causa de muerte de un gato, pero sin duda ha sido el motor que ha permitido el desarrollo de la humanidad tal y como hoy la conocemos. Atrás quedaron los días en que ese hombre primigenio que intentaba afanosamente comprender la razón de ser del trueno se preguntaba, quizás, cómo protegerse de su entorno y comenzaba así una cadena de preguntas que nos han acompañado hasta ahora como civilización: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y quizás la más importante, por qué.

El preguntarse el porqué de las cosas, esa chispa innata en el ser humano que por tanto tiempo fue criticada por la Iglesia y que quizás se debe a ventajas evolutivas de nuestra especie es lo que ha permitido que tenga usted, muy probablemente, todo lo que considere indicador de su calidad de vida, desde lo necesario para su aseo personal, su salud o su alimentación, hasta las investigaciones que han llevado a la existencia de productos y servicios que hoy se consideran de primera necesidad, como las telecomunicaciones, o sin ir más lejos, el cuchillo con el que probablemente corta sus alimentos, que es fruto del trabajo de aquel hombre primigenio del que le hablaba anteriormente.

Es cómodo pensar que lo que está hecho, hecho está y así debe quedarse, que las ideas innovadoras no son un recurso valioso, sino una amenaza para la estabilidad de la sociedad, pero sin esos hombres y mujeres que se atrevieron a pensar distinto y que arriesgaron su vida por el conocimiento, y algunos la perdieron (como Giordano Bruno y Marie Curie), le puedo asegurar que escasamente podríamos hablar hoy de la humanidad.

Es necesario seguir pensando, y así como dice otro refrán, es necesario “buscarle las cinco patas al gato”, encontrarlas y seguir cuestionándonos: ¿será que el gato tiene patas?, ¿será que tiene más de cinco o quizás menos?, ¿será siquiera que lo que llamamos gato es un gato? No importa que los demás tilden sus preguntas de irrelevantes, no importa que crean religiosamente en respuestas tradicionalmente compartidas. Lo importante es avanzar, preguntar más y hallar respuestas mejores que ayuden a la consecución del progreso, a la disminución de las necesidades.

Le aseguro que no será tan complicado. Aunque “investigación”, “ciencia” y “tecnología” suelen ser palabras relacionadas con lo complejo, metódico y aburrido, sin duda usted las ha ejecutado en mayor o menor medida y ha sacado provecho de ellas. Pregúntese: ¿ha tenido una duda sobre lo que los demás consideran indiscutible?, ¿alguna vez intentó hallar la combinación perfecta para crear su comida favorita?, ¿llevó un registro mental de qué decir a determinadas personas para conseguir una respuesta favorable?, ¿ha tenido que crear o modificar algún objeto para solucionar una necesidad inmediata?, ¿se ha preguntado por qué las plantas de su jardín mueren inesperadamente? Si lo ha hecho, es usted un investigador en potencia, un ser curioso y capaz de llevar a nuestra sociedad un paso adelante.

Incluso si considera que jamás en su vida ha dudado, lo invito a conocer más sobre lo que otros han investigado, sobre todo lo que damos por hecho, y especialmente todo aquello que nos hace dependientes de otros, y no hablo de sistema económico ni de objetos de estudio difícilmente aprehensibles, sino de lo cotidiano: ¿sabe usted cómo funciona un bombillo o con qué se crea el combustible de un fósforo?, ¿podría distinguir un metal en su forma natural y hacer un cuchillo?, ¿es capaz de imaginar el funcionamiento de un motor o de una bomba de agua?, ¿podría sobrevivir sin el conocimiento?

Quizás si el gato se hubiese preguntado las consecuencias de su investigación, hubiese podido idear un método menos peligroso. En todo caso, creo que aprendimos que hay que ser cuidadosos, pero eso sí, que la prevención nunca anule a la acción.