Todos somos prejuiciosos en alguna medida

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Es probable que al leer el título de este artículo se haya sentido ofendido, pero le digo la verdad: todos, en alguna medida, somos prejuiciosos, calificamos a los objetos, a los momentos y a las personas antes de conocerlas personalmente. Lo peor no es eso: lo hacemos en grupo e inconscientemente.

Lo invito a realizar un experimento: debe describir a un delincuente y luego invitar a sus amigos a hacer exactamente lo mismo. Se dará cuenta de que sin conocer qué había pensado usted, e incluso sin tener trato alguno con delincuentes, probablemente coincidirán en la mayoría de las características que haya colocado. ¿Quiere saber por qué? La respuesta es la cultura.

La cultura se trasmite socialmente a través de las interacciones entre los individuos y entre las instituciones sociales, esto quiere decir que usted no tiene que crear el alfabeto desde cero para poder escribir, sino que basta con que aprenda ese trozo de la cultura del resto de la sociedad.

Al ser una creación social, la cultura depende de acuerdos que permiten la existencia de un sentido común, de lo que llama usted “normalidad”, y esa normalidad afecta a todos, especialmente a aquellos que quedan afuera. Pregúntese, ¿será que la mayoría de los delincuentes son como usted los describió?, o mejor, ¿será que quienes son como las personas que describió terminarán siendo delincuentes porque todos piensan que ese es el perfil que posee quien está destinado a cometer delitos?

En los años ochenta, Serge Moscivici esbozó los principios de la Teoría de las Representaciones Sociales. Según esta teoría, la cultura es una construcción social perennemente cambiante, un proceso y un producto simultáneo que  afecta la manera de comprender, valorar e imaginar todo lo que está a nuestro alrededor, que conozcamos personalmente o no.

Como productos culturales, la ciencia y la tecnología también son representadas socialmente. Hagamos nuevamente el experimento, pero ahora pregúntese acerca del científico. Le puedo asegurar que en su cabeza se esbozó a un hombre similar a Albert Einstein: un anciano muy inteligente que con toda seguridad está usando una bata blanca, es un hombre y realiza una labor importante pero sumamente complicada. ¿Cómo podría estar equivocado? Así son en los libros, en la televisión y en el cine, ¿no?

Como le dije en mi artículo anterior, no siempre el conocimiento popular es correcto. No todos los científicos son así. Los científicos son personas comunes, como usted y como yo: festejan, tienen familias, tienen una vida más allá de sus investigaciones. No todos usan una bata blanca, no todos pertenecen a las llamadas “ciencias duras”, ni todos son hombres o ancianos, hay jóvenes y hay muchísimas mujeres.  La ciencia es un espacio para cualquiera, no hace distinciones de ningún tipo.

La representación negativa de la ciencia afecta la capacidad que tiene de ser una herramienta para el desarrollo nacional: ¿quién querrá ser científico si es una actividad tan lejana y tan rechazada? Es necesario cambiar la representación de la ciencia y de la tecnología, convertirlas a ambas en objetos culturales con mejor valoración, con mejor imagen, más comprendidos por la sociedad y menos esbozados desde el desconocimiento.

Esa labor corresponde a todos, pero especialmente a quienes trabajan y conocen de primera mano a la ciencia o participan directamente en la divulgación cultural: científicos, comunicadores, docentes e instituciones ligadas a esas áreas; pero tiene que ocurrir fuera los espacios comunes de esos profesionales, porque entre ellos mismos no ocurrirán cambios sustanciales. Hay que intentar llevar las verdades y las bondades de la ciencia y de la tecnología a todos los rincones del país, a todos los grupos sociales que no las comparten en su cotidianidad.

Así como con la ciencia y la tecnología, toca siempre revisarnos y conocer en qué medida lo que creemos conocer es cierto, sobre todo si afecta a otros de forma negativa y contundente. Piense en el día a día de la persona que describió como delincuente o en la persona que desconoce pero que todos critican: las miradas de rechazo o de miedo, las oportunidades de trabajo perdidas, la constante agresión silente.

Lo mejor para reducir los prejuicios es no conformarse con lo que otros dicen —incluidos los medios de comunicación—, aventurarse a conocer, para juzgar desde la experiencia repetida e irrefutable, como si usase el método científico en todas las actividades de su cotidianidad. Incluso yo podría estar equivocado o mintiéndole sin escrúpulos. ¿Cómo podría saberlo sin atreverse a  investigar un poco más?

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