Hacia una Polis sana

El vagon de tercera clase
El vagon de tercera clase
El vagon de tercera clase

*Por María Fernanda Guevara Riera
Filósofa

En nuestro artículo ‘Pensar de otro modo’ (GUEVARA RIERA: La Voce d’Italia, Julio 2016) afirmábamos que: “Es, entonces, labor filosófica el intentar elaborar argumentos que persuadan e insten a los protagonistas políticos y económicos de la necesidad de no perder el norte en su labor, a saber, la construcción de una polis sana.” Y no solamente a los protagonistas políticos y económicos les corresponde la construcción de una polis sana, más bien, esta tarea atañe a todos los que comparten un mismo suelo aunque se encuentren en lugares diferentes de acción y en posesión de saberes distintos. Consideramos que en Latinoamérica, específicamente en Venezuela, debemos esforzarnos por tener como fin último de nuestra actividad en la sociedad la edificación de un ethos compartido que promueva una mirada solícita del otro en lo social, sin que lo anterior implique el menoscabo de la persecución de fines particulares en la medida en la cual estos últimos no entren en franca contradicción con la puesta en marcha de los fines colectivos. Lo anterior merece que aclaremos qué estamos entendiendo por polis sana a la luz de la mirada solícita del otro en lo social. Y, a su vez, merece que visualicemos con mayor claridad las primeras dificultades con las cuales nos topamos como colectivo al momento de evaluar la factibilidad de dicha polis sana. Para estas aclaraciones, nos vamos a apoyar en el texto del Profesor Raúl González Fabre s.j. que se titula “La cultura pública en Venezuela”. (UCAB, 2015).

Una polis sana supone un ethos compartido, ¿qué queremos decir con esto? Nos referimos al espacio cívico común en donde el individuo y el colectivo se erigen y proyectan mutuamente con el fin de edificar planes de vida a corto, mediano y largo plazo. Para ser común no basta con nacer en el mismo país, deambular por los mismos espacios, sino, más bien, supone habitar dichos espacios con una mirada compartida. Para que esta mirada sea compartida debemos compartir valores. En este sentido, como ethos requerimos perseguir los mismos fines, es decir, valorar, estimar y proseguir lo que hemos acordado que vale para nosotros como sociedad, lo que compartimos con el otro nutriendo y forjando así nuestra mirada solícita del otro en lo social. Esto implica que más allá de los fines particulares a partir de los cuales edificamos nuestra vida, existen también fines colectivos que posibilitan lo social haciendo del ethos un lugar de promoción del individuo y del colectivo.

No es fácil este diálogo entre los fines particulares y los fines colectivos, pero la Modernidad filosófica -y con ella muchas de sus versiones- sostiene que lo particular no puede darse sin el respaldo de lo colectivo y que si así aconteciera tanto el colectivo como el individuo tienen el riesgo de padecer consecuencias negativas producto de dicha escisión. Del mismo modo el proyecto moderno insiste en la necesidad de dirigirnos en la polis con una moralidad universalizable, una moral universalista compartida: “Esto es, un sistema interiorizado de prescripciones aplicables a todas las personas y respecto a todas las personas por igual (…)” (GONZÁLEZ FABRE, 2015: 23). En contraposición con esta petición de la modernidad de universalidad lo que tenemos y cultivamos como sociedad son tantas morales cuantas sean necesarias, instrumentalizadas éstas por los agentes morales con el fin de hallar beneficios particulares que niegan, la mayoría de las veces, al colectivo.

Hablamos, entonces, de polis sana cuando no hay disociación entre los fines particulares y los fines colectivos y, a su vez, cuando lo que es válido para mí es válido para el otro. De forma tal que en una polis sana cultivar nuestras aspiraciones de vida no implica que le hayan sido negadas estructuralmente las oportunidades a un otro o que persiguiendo nuestro bien particular tengamos que negar necesariamente el bien colectivo. Más bien, en una polis sana, el individuo se desarrolla no solo gracias a su voluntad individual, a su esfuerzo, a sus méritos; sino, también, gracias a un colectivo que lo sustenta y lo promueve generando espacios de formación, sentido y acción en donde el sujeto crece contribuyendo, de igual modo, con el crecimiento de lo social. En Venezuela, extensivo a Latinoamérica, nacemos en un ethos que no necesariamente compartimos y menos en donde cultivamos como proyecto de convivencia la mirada solícita del otro en lo social: gran parte de nuestra población está de entrada excluida de la posibilidad de habitar un ethos en donde se impulsen de forma sana sus aspiraciones de vida. Podemos afirmar, entonces, que nuestras sociedades se sostienen en un aparato productivo disfuncional a nivel social porque son productoras y reproductoras de exclusiones sociales. (GONZALEZ FABRE, 2015: 34).

La exclusión se mantiene en nuestras sociedades porque estamos frente a una polis enferma: una polis está enferma cuando la mirada que se alimenta en lo social es una mirada de separación, de negación, de rechazo a la inclusión de grandes sectores de la población. Esto es así porque sin una mirada moral universalizable es difícil que el otro realmente me importe: se imponen los intereses particulares disociados de los colectivos, intereses familistas, partidistas, económicistas, de conchupancia haciendo la labor de las instituciones que promueven un ethos compartido -con el fin de sanar la polis- una labor cada vez más cuesta arriba. Así, el conflicto de coherencia y de relación entre la consecución de fines particulares y fines colectivos que aflige a nuestra región transita, además, por nuestra incapacidad de aceptar que “no hay democracia ni justicia sin instituciones” (GONZÁLEZ FABRE, 2015: 35) y que éstas se vuelven funcionales cuando operan con una moral universalizable en las que predominan las relaciones impersonales.

Finalmente, “El reconocimiento de cómo la producción social de la vida moderna se fundamenta en las instituciones, y éstas sobre una moralidad universalista compartida, permite comprender mejor la tarea del político.” (GONZÁLEZ FABRE, 2015: 36). Para nosotros político es aquél que concibe y fragua una polis sana; aquél que favorece con su participación e intervención dialógica la transformación de las formas de corrupción enraizadas en lo cultural en formas de producción social; aquél que en su proceder asume el desafío más urgente que tenemos como sociedad en Venezuela, extensivo a Latinoamérica, a saber, transformar una polis enferma -pobre en creatividad social, ineficiente en la distribución social de oportunidades e incapaz de generar prosperidad y bienestar a largo plazo- en una polis sana, en un ethos compartido en donde el Estado, las Instituciones, los individuos y el colectivo desplieguen concretamente en su quehacer la mirada solícita del otro en lo social a partir de la relación coherente entre fines particulares y fines colectivos impulsados por una moral universalista compartida.

Honoré Daumier, El vagón de tercera clase (1865)

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