¿Comunicación o transmisión? Una aproximación filosófica a los medios

 

El filósofo francés Jean Paul Sartre dijo en su obra Crítica de la razón dialéctica (1963) que no existe “Filosofía” sino filosofías. Para el escritor, aquellos que buscan en el espacio filosófico un sistema o conjunto de creencias que revelen la “Verdad” absoluta están huyendo o evadiendo la razón de filosofar que es peguntarse acerca de sí, de los proyectos propios y de las decisiones que se toman. Aquellos que filosofan son los que asumen la libertad de reflexionarse, de cuestionarse y de resignificarse corriendo el riesgo de no encontrar más justificación para sí que uno mismo y la libertad que se goza.

De esta forma, como existe libertad para razonar y cada individuo o grupo social está en capacidad de hacerlo, las filosofías, cuando surgen, se vuelven marcos interpretativos, aproximaciones diversas para comprender el mundo que cambia, herramientas para pensar y actuar en múltiples sentidos dada la multiplicidad de la realidad. Recordamos que en el capítulo “Cuestiones de método” de Crítica de la razón dialéctica, Sartre explica que las filosofías son discursos que, cuando están “vivos”, se encarnan en la sociedad que los genera y que los mantiene vigentes a través de sus prácticas, es decir, la sociedad convierte una filosofía dada en “totalización del saber, método, Idea reguladora, arma ofensiva y comunidad de lenguaje” (p.17). Pero como hay filosofías, la visión de mundo, más o menos difusa, más o menos precisa, de una sociedad está sometida a cambios en tanto las prácticas y situaciones que la motivaron sean modificadas o se haga una crítica de esa filosofía para dar paso, tal vez, a otra.

Mario Sambarino (1976), filósofo uruguayo, afirmó que también se puede filosofar acerca de las filosofías y se preguntó qué papeles cumplen en la sociedad y cuál es su función principal. De acuerdo con Sambarino, el pensamiento y la reflexión filosófica es tal cuando hace preguntas fundamentales que sacuden los supuestos de aquello que se conoce. Este interés de Sambarino por mover el tablero de las creencias, de las historias y de las explicaciones que se dan socialmente por ciertas tiene un motivo: el compromiso de su pensamiento con solucionar los problemas urgentes de América Latina que, en nuestro caso, entendemos como exclusión y pobreza. Ante estas situaciones, Sambarino invita a reflexionar sobre los fundamentos que las originan no para convalidarlas sino para encontrar modos creativos con los que podemos cambiarlas. Afirma el autor:

Se comprende ahora la ‘función social’ del filosofar. Su objetivo consiste en poner en claro los fundamentos de la vigencia y de la validez de las estructuras que están en juego en la marcha histórica de una configuración cultural. Por señalar hacia posibles términos fundamentantes o su carencia, o sea por su radicalidad, posee el mayor grado de relevancia teórico-práctica. (p.26, 1976)

Significa lo anterior que cuando se usan las herramientas de la filosofía uno se cuestiona acerca de su mundo y sobre cómo lo ve para descubrir si esa mirada tiene sustento o no, ¿con qué objetivo? Para actuar con mayor fuerza y coherencia en lo concreto, en lo social, luego de haberlo analizado, trabajado, reflexionado, filosofado con una toma de distancia. Este aporte es importantísimo para el trabajo de los problemas latinoamericanos como veremos a continuación.

Actualmente, en Venezuela, la filósofa María Fernanda Guevara Riera propone la mirada perpleja, alterna e itinerante como forma de entender a las sociedades latinoamericanas. ¿En qué consiste esta perspectiva? Primero, debemos mencionar que Guevara Riera identifica que en los países de América Latina existen, interactúan y pugnan dos proyectos de comprensión y desarrollo de las sociedades: la modernidad y la subalternidad. Los explica diciendo que la modernidad es el proyecto de la sociedad organizada sobre el paradigma científico occidental y que promueve el bienestar, la producción y la educación como pilares del desarrollo y, por otra parte, la subalternidad es el proyecto de una sociedad alterna al modelo de la globalización occidental que busca, en cambio, el rescate de una identidad esencial de la sociedad y un modo distinto de relacionarnos. Ambos proyectos tienen léxicos, interpretaciones, historias, símbolos, modelos de organización y mapas, si se quiere, de lo que debe llegar a ser la sociedad, y se muestran mutuamente excluyentes. Serían aproximaciones filosóficas en tanto comprensión de lo real, si nos orientamos con las explicaciones de Sartre, autor que Guevara Riera trabaja en la perspectiva itinerante.

Indica Guevara Riera lo siguiente sobre su interés en la modernidad y la subalternidad en América Latina, y especialmente en Venezuela:

¿Por qué nos interesa resaltar la relación entre modernidad y subalternidad? En fin, pocas palabras bastan: apostamos por la resolución o puesta en marcha de una resolución, ésta parcial y provisoria, del conflicto de habitar un espacio común llamado Venezuela, no resaltando aquello que nos diferencia, sino buscando aquello que nos une para unirnos como pueblo, como hermanos, como venezolanos. Para unirnos y hacer frente a aquello que nos está tocando a todos por igual: inseguridad, muerte, inflación, desabastecimiento, migración. (Guevara Riera, Modernidad-Subalternidad , 2016)

¿Qué es y qué hace la perspectiva itinerante que propone Guevara Riera? Es, en palabras de la autora, un método para comprender la relación entre modernidad y subalternidad que, por su propia escogencia, prefigura una elección ética. Guevara Riera trabaja con Sartre y Sambarino para el desarrollo teórico de su propuesta, y señala que si Sartre nos invitó a pensar y filosofar con libertad sin tomar ninguna certeza como dada solo porque sí, y si Sambarino nos llamó a hacernos preguntas fundamentales sobre los problemas sociales tomando distancia de lo inmediato para comprenderlo mejor, entonces, la mirada perpleja, alterna e itinerante propone viajar entre los léxicos, narraciones y explicaciones de la modernidad y la subalternidad en América Latina y en Venezuela, con la idea de tender puentes, de abrir la puerta semiótica que facilite la comprensión mutua de quienes están atravesados por estos dos proyectos para que podamos trabajar en los problemas que afectan a unos y a otros por igual.

Desde la perplejidad implica moverse entre los discursos para rescatar una convivencia solidaria en la medida que no tengo posibilidades ontológicas de mostrar la verdad ni de uno ni de otro. Lo anterior tiene como consecuencia inmediata la posibilidad real de una voluntad de escucha que me permitiría encontrar una “ética mínima” de encuentro con el fin de alcanzar acuerdos comunes para solucionar la crisis social, política y económica en la cual nos encontramos. (Guevara Riera, Desde la perplejidad, 2016)

Las aproximaciones de la perspectiva itinerante significan reconocer al otro en sus discursos, viajes, posturas, ideas, en su filosofía. ¿Qué desea lograr la pensadora con estas ideas sobre cómo generar conversaciones entre dos proyectos de sociedad que pugnan en nuestro país? Una polis sana, y la entiende como una sociedad en la que las personas tienen posibilidad de crecer y desarrollarse de acuerdo a sus méritos y esfuerzos pero también porque otros, con actitudes solícitas y solidarias, trabajan por el bienestar común y se ocupan de generar espacios de formación y de oportunidades de progreso para todos por igual. En cambio, una polis enferma es aquella donde la exclusión se sostiene por una perspectiva de rechazo y marginación, de negación del otro en sus derechos sociales, y por la ausencia de un interés en solucionar eso, en actuar sobre eso. Se conecta este fin ético con la propuesta metodológica de la perspectiva itinerante: si dos proyectos en la sociedad luchan incluso en sus explicaciones fundamentales, ese debate no contribuye a la salud y bienestar de nuestra polis a menos que ambos logren encontrar un espacio neutro donde dejen de lado los fundamentalismos y alcancen acuerdos pragmáticos para trabajar conjuntamente. Entonces, el investigador itinerante explora las filosofías que se viven en nuestra sociedad y con ese conocimiento espera acercar a los grupos sociales matizando y transformando las visiones excluyentes con el fin de construir una polis sana.

Con estas aproximaciones al quehacer filosófico, ¿cómo podemos pensar las funciones de los medios de comunicación? La noción de mediador cultural aparece como una de las posibles respuestas. Al ser los medios de comunicación usados socialmente para en la difusión de ideas, argumentos y discursos, se vuelven importantes como uno de los escenarios para el encuentro y discusión pacífica, solícita, democrática y reflexiva de la sociedad entendida como pluralidad de visiones.

Mediador cultural sería un profesional que, con pensamientos filosóficos que interrogan lo fundamental y con una perspectiva itinerante, interviene en los medios de comunicación y promueve en ellos y a través de ellos el encuentro de los múltiples proyectos de la sociedad para discutir, visualizar y ofrecer soluciones a los problemas compartidos. Vale la pena analizar que el mediador cultural no es un ser inerte, un trabajador objetivo que está desafectado de los problemas de la sociedad y que, por lo tanto, es veraz e imparcial, a la manera del trabajo de los periodistas en los medios de comunicación que se rigen por la llamada teoría de la objetividad.

A propósito de eso, recordamos que la teoría de la objetividad es aquella que afirma que los comunicadores deben percibir los hechos sociales “tal como son” y transmitirlos a su mejor entender. Propondríamos una fórmula distinta: el mediador cultural tiene una filosofía cuya vivencia significa una elección que es la reflexión personal y colectiva para promover el propio desarrollo y el de los otros, entendiendo desarrollo como tener más capacidades para sustentar la propia vida y la vida de otros en comunidad, mientras que se incrementan las posibilidades de estudiar, trabajar, conocer, explorar, debatir pacífica y libremente, y disfrutar la vida. Quien quiere mediar, es decir, facilitar el encuentro, no puede ser un profesional con visiones cerradas, absolutas, indiscutibles, alguien que ve el “hecho” y solo lo transmite; todo lo contrario, está abierto a dialogar y a poner en duda los “hechos”. Sí, el comunicador puede tener sus principios, pero los mismos son reflexivos y están sujetos a ser repensados y, además, entre esos principios está la propia libertad de reflexionar que el sujeto reconoce para sí y para los demás. Visto lo anterior, el mediador debe ser itinerante entre las ideas de sus pares y sus lecturas están motivadas para construir una sociedad más libre, capaz de recrearse, desarrollada en el sentido que hemos manifestado, y con consensos más incluyentes, profundos y sentidos porque han sido discutidos democráticamente. ¿Y los medios de comunicación? Herramientas, muy útiles, seguramente, por su alcance y capacidad difusión, pero que requieren de este uso plural, diverso y abierto para que sus mensajes sean manifestación del encuentro social. El mediador cultural incita a sus pares en la polis a preguntarse ¿qué tipo de sociedad quieres? ¿Qué lugar tienen los otros en esa visión? ¿Podemos tener una visión compartida, construirla juntos? Con esta actitud, el mediador cultural estimula la comunicación entendida como diálogo y la construcción democrática, participativa y abierta de verdades que sean trabajadas por todos, contrario a la práctica de ser solo y exclusivamente un transmisor de información “objetiva”, algo que puede ser válido y hasta necesario en muchas circunstancias pero no suficiente para alcanzar consensos entre modernidad y subalternidad, entre visiones distintas del mundo que deben convivir.

Volvemos a la pregunta que abrió nuestra reflexión: ¿Comunicación o transmisión? Digamos que transmitir, entendido como producción de señales, es necesario para la comunicación pero no su fundamento; en nuestro parecer, aquellos que definen comunicación como mera transmisión de información o simplifican la solución de los problemas sociales a la dotación de información por parte de una institución o de un organismo, están obviando la contradicción ética subyacente: desean estar en relación con el otro (comunicar) pero proponen el sentido de la relación de forma unilateral, sin importar la situación y posición del otro. Dicho lo anterior, la perspectiva itinerante y la figura de mediador cultural son aproximaciones éticas comunicacionales: yo quiero estar con el otro y cambiar, para mejor, junto al otro, discutiendo incluso qué entendemos por mejorar, y de esta forma no solo me limito a transmitir sino a escuchar, reflexionar y finalmente, a buscar consensos y convicciones nuevas en comunidad democrática.

Exploramos, finalmente, qué es comunicar para los periodistas, quienes en nuestra consideración, están llamados a ser, como pocos profesionales, mediadores culturales. En lo más básico, la ética periodística suele resumirse en decir la verdad, y esa verdad se entiende como que existe fidelidad entre una representación simbólica y el hecho representado. Cuando un periodista reporta que “el Presidente dijo que aumentará el salario mínimo” y están disponibles suficientes materiales audiovisuales, en diversas fuentes, para comprobar que sí dijo eso, entonces, ese hecho parece tan evidente como, en un entorno casero, el anuncio de que “la comida está servida”: solo debemos aproximarnos a la mesa y comprobar, observar, percibir con los sentidos que ahí está el plato con alimentos.

No hay dudas (sic) que en algunos casos la verdad es así de simple y que el deber del medio de comunicación consiste en reportarla, esto es, casi literalmente trasladarla de su estado real a un estado simbólico correspondiente mediante la imagen, la escritura, la oralidad, o la combinación de uno o más elementos. En este caso, el receptor verá, leerá o escuchará la verdad. Si el medio no lo hace, estamos en presencia de una alteración de la verdad (si se reporta sólo una parte de la situación para generar una visión parcializada del asunto) o de una mentira (si se llega a decir algo completamente distinto o exactamente contrario). (Desiato, 2004, pág. 77)

Pero sabemos que la realidad es compleja: las imbricaciones y relaciones entre distintos fenómenos no son siempre evidentes, y la visión o perspectiva es limitada por parte de los hombres; además, cuando se trata de fenómenos sociales como la inflación, los aumentos de salario, la escasez de alimentos, las carencias educativas, la represión gubernamental, los programas sociales del Estado, las elecciones presidenciales, la administración de la hacienda pública, la política internacional de una nación, las disputas territoriales, el terrorismo, los mismos despiertan emociones fuertes tanto en los periodistas como en las audiencias y, por si fuera poco, las relaciones sociales que fundamentan esos fenómenos son cambiantes, están sometidas a tensiones y no pueden ser tratadas como cosas estáticas que no van a cambiar, por lo que aquello que se reporte hoy puede sufrir modificaciones radicales mañana.

El periodista que se acerca a estos acontecimientos de amplia magnitud, por más honesto que sea, por más que su consciencia moral se eleve al tope de sus posibilidades, puede igualmente proporcionar una visión sesgada de los fenómenos porque se ve obligado a relatar lo que ve. Es decir, no puede simplemente ‘reportar’ en el sentido ya explorado de ‘trasladar’, sino que su reporte es, en realidad, un relato y este es un hecho de igual o mayor importancia que los hechos que encuentra ante sí. Es cierto, el periodista enviado por el medio de comunicación ve un avión bombardear, ve gente morir, ve refugiados y niños sin piernas, ve Generales y hombres de Estados, algunos llamados (o que él llama) ‘dictadores’, otros denominados ‘Presidentes’, y luego debe unir con cierta coherencia estos hechos para que el lector comprenda o que para quien ve el telediario o escucha sus noticias se forme una opinión. Cada vez que emplea una palabra, elige despertar en su receptor no sólo una cognición, sino una emoción vinculada a dicha cognición y lo hace, además sobre el fondo de un léxico particular, de una perspectiva (…). (Desiato, 2004, pág. 78)

Si el periodista debe relatar, está forzado de alguna manera a interpretar lo que ve o lo que cree ver: ponerlo en orden, establecer posibles causalidades, jerarquizar y, finalmente, representar todo esto en un medio. ¿Es la representación de un fenómeno complicado, en el que están vinculadas miles o quizá millones de personas, toda la verdad, la verdad “objetiva”? Valoramos que es difícil que así sea: como hemos dicho, la “realidad” social cambia constantemente porque quienes participamos en ella cambiamos.

¿Qué solución se propone para los periodistas ante esta complejidad? En el marco de los caminos filosóficos que hemos recorrido y del compromiso ético del pensamiento por alcanzar una polis sana que significa la libertad de las personas para reflexionar, se descubre una ética que incluye que el relato periodístico haga explícitos los argumentos que lo sostienen. ¿Cuáles son los argumentos fundamentales de nuestro relato? ¿Por qué esta selección de palabras? ¿Qué extensión en lo empírico tienen las explicaciones que damos? ¿Cómo puede alguien comprobar aquello que relatamos? Estas preguntas, de una forma u otra, deben ser contestadas. La segunda exigencia ética es que el periodista contenga, en su discurso, tantas perspectivas de los fenómenos como sea posible: mientras más, mejor. ¿El objetivo? Aquellas perspectivas que tengan mejores argumentos, que puedan persuadir por estar bien sustentadas, que sometidas a todas los cuestionamientos se mantengan e incluso se fortalezcan, servirían para un proceso de esclarecimiento de la verdad del fenómeno, un acercamiento más verosímil que estaría también abierto a ser modificado si más adelante otras informaciones o preguntas nos llevan a un cambio de sentido.

Aplicado a la comunicación mediática, tendremos que una entrevista, un reportaje, un artículo, cobran una dimensión ética cuando son capaces de resaltar la estructura argumentativa, además de la afectiva, en la ganada comprensión de la pluralidad de las perspectivas en recíproca confrontación. Cuando de la confrontación nace la convergencia, el consenso, el receptor obtendrá una ulterior verificación de la veracidad de los contenidos a los que se expuso y cuando, en cambio (…), de esa misma confrontación se genera una divergencia, tendrá la posibilidad de elegir la versión que, según su opinión informada, le parece más adecuada, pudiendo en cada caso reproducir los argumentos a favor y en contra de ella y verificando una versión con otra a cada nuevo aporte informativo. (Desiato, 2004, pág. 82)

Podemos, de esta forma, imaginar a los periodistas como a Sócrates en la antigua Atenas: trasladándose de un relato a otro, contrastándolos pacíficamente, usando lógica y preguntando por los fundamentos de cada proposición para encontrarles bases o descartar aquellas que no las tienen. De esa forma el periodista perplejo por la variedad de visiones, relatos, explicaciones e historias, busca los mejores argumentos para esclarecer lo que está ocurriendo en su entorno y reflexionar opciones para solucionar los problemas sociales. En esta perspectiva el periodista no es un mero expositor de hechos, no asume evidencias como determinantes o totales sino que siempre está abierto a que otros datos u argumentos puedan modificar su visión si son buenos y están sustentados. El periodista relata verdades (no la “Verdad”) transitorias a partir de dudas y curiosidades que siempre se mantienen.


Trabajos citados

Desiato, M. (2004). Una ética para la retórica: La “Nueva Ilustración” y los medios de comunicación. Logoi N°7 Revista de Filosofía, 77.

Guevara Riera, F. (18 de Febrero de 2016). Modernidad-Subalternidad . Obtenido de Las Perplejidades de América: http://lasperplejidadesdeamerica.blogspot.com/2016/02/modernidad-subalternidad.html

Guevara Riera, F. (25 de 2 de 2016). Desde la perplejidad. Obtenido de Las perplejidades de América: http://lasperplejidadesdeamerica.blogspot.com/2016/02/desde-la-perplejidad_25.html#more

Sambarino, M. (1976). La función sociocultural de la filosofía en América Latina. México: Grijalbo.

Sartre, J. P. (1963). Crítica de la Razón Dialéctica. Buenos Aires: Editorial Lozada.

 

Nota: Originalmente publicado en Las Perplejidades de América el 13 de diciembre de 2016.

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