Formemos pensadores

Me preocupa enormemente que dejemos de pensar. No hablo del pensamiento cotidiano que pasa desapercibido en nuestras propias mentes y que nos permite continuar la rutina, sino de ese que ocurre más allá, que requiere esfuerzo, que entre otras cosas cuestiona  al día a día, a nosotros mismos, que altera nuestra existencia e intenta aprehender lo desconocido.

Si bien nuestro desarrollo científico y tecnológico depende de ese pensamiento, hay otros procesos de mayor relevancia que también provienen de esa forma de pensar: por ejemplo, la ciudadanía es una ficción cuando depende del temor al castigo para que ocurra; en cambio, cuando el individuo comprende las razones que justifican la ley en favor del otro y de sí mismo, toda sanción y todo gobierno se vuelven innecesarios.

El pensamiento se constituye entonces como una herramienta imprescindible para el ejercicio de la ciudadanía, y por ende, de la política. No es casualidad que durante mucho tiempo se pensase que solo debían votar quienes supieran leer y escribir, y que en la medida en que se educase a la sociedad, el progreso sería la consecuencia lógica.

Ahora, la Educación no solamente es aprobar materias, graduarse del colegio y egresar de una universidad. Si el pensamiento profundo no acompaña a los ciudadanos al salir de las instituciones educativas, nada cambiará: ni la falta de juicio en el manejo de un país entero, ni las muertes violentas, ni el asalto legitimado contra negocios nacionales, ni los cúmulos de basura en las calles,  ni la luz roja omitida, ni el hombre que golpea a su mujer.

El fraude de la educación venezolana

Pese a que tiene sus años, el aporte de Leonardo Carvajal en Mitos, realidades y propuestas educativas no pierde su vigencia. Entre muchos aspectos, el libro describe a un país que estudia porque debe hacerlo y no porque quiere hacerlo, de ahí quizás que también sea, como lo muestran sus números, un país con aulas desvencijadas; con maestros escasos, mal pagados y mal formados; con egresados de calidad discutible; con gobiernos que ocultan y manipulan la información educativa  para engañar a la opinión pública, y que dicho sea, muchas veces lo logran.

Lamentablemente, no se trata nada más de la educación pública. El alboroto comprensible —pero minúsculo— causado por la entrada en vigencia del nuevo e inconsulto currículo de Educación Media Nacional es solo un reflejo de lo que ocurre en otros niveles, en todas las instituciones educativas venezolanas, y también en otros lugares del mundo.

Eso sí, el cambio ocurre con la misma deficiencia de docentes y de espacios educativos adecuados, con egresados que no están formados para aplicar esa propuesta educativa, y sobre todas las cosas, con la misma propensión a estimular el facilismo y la mediocridad del pensamiento: la resolución 0142 del Ministerio del Poder Popular para la Educación indica que de los cuatro ejes de aprendizaje establecidos (Lengua, Cultura y Comunicación; Matemática; Ciencias naturales; Memoria, Territorio y Ciudadanía), el estudiante podrá avanzar al periodo inmediato superior al aprobar tres de cuatro ejes.

Se trata de la misma obsesión del gobierno venezolano por tener más egresados y no considerar la calidad del aprendizaje. Fui docente y sufrí el interminable intento de aprobar a quienes no estaban listos para avanzar: si cierto porcentaje del salón no aprueba, hay que repetir la evaluación. Si el estudiante no aprueba la materia, hay que brindarle múltiples y distintas oportunidades para hacerlo. El estudiante tiene que avanzar porque sí.

El problema de enseñar la experiencia

Personalmente, soy un admirador del aprendizaje experiencial, en el cual está basado el nuevo currículo. Tuve la suerte de haber cursado una materia electiva dedicada a ese estilo pedagógico mientras cursé mi licenciatura en Comunicación Social y reconozco que es más fácil aprender acerca de la naturaleza, por ejemplo, en contacto con ella que a partir de la clase magistral de un profesor cualquiera. De hecho, he defendido esta forma de aprendizaje en otros aspectos, como la Educación Sexual.

Sin embargo, el aprendizaje experiencial tiene límites: hay ciertos contenidos cuya aplicación práctica es difícil de alcanzar o carecen de utilidad inmediata. Ahí está la clave: pensar en que solo se debe educar para aquello que se pueda practicar y que por tanto tenga utilidad inmediata es pensar en una educación utilitarista, reduccionista, operativa y clientelar.

Imagine usted que aprende acerca del Periodismo. Le entregan una libreta, un grabador de audio, una fotocopia de El Estilo del Periodista y le dicen que construya una noticia. Usted sale y vive la experiencia de redactar “un hecho novedoso que resulta de interés para los lectores a quienes se dirige el diario”, compara su producto con una noticia realizada por otro profesional y se siente satisfecho, porque cumplió con lo que entendió que se debía realizar, ¿pero en algún momento se preguntó por qué se dice que la noticia debe ser novedosa o de interés público?

Parecen nimiedades, si es que no obviedades, pero esa información costó arduo trabajo de pensamiento para ser conocida y así como otros conocimientos —como por qué defender la igualdad, la libertad o la democracia—, ha sido reducida y olvidada cada vez más. Se da por sentado, por ejemplo, que se es ciudadano solo con haber nacido en un país y vivir en él, ¿pero cuántos se han preguntado profundamente acerca de su ejercicio de la ciudadanía y de los vínculos con tantas otras áreas de la vida?

La preocupación que les narro también la pueden leer en palabras de Antoni Brey, en su ensayo La Sociedad de la Ignorancia: “Está surgiendo una actitud de renuncia al conocimiento por desmotivación, por rendición, y una tendencia a aceptar de forma tácita la comodidad que nos proporcionan las visiones tópicas prefabricadas. Un falta de capacidad crítica, al fin y al cabo, que no es más que otra cara de nuestra creciente ignorancia”.

El clientelismo manchó a la Educación

Cuando yo estudiaba, conocimos sobre las teorías de la Comunicación a través de guías que agrupaban retazos de textos de los libros originales de muchos pensadores latinoamericanos —que a su vez fueron leídos íntegros por nuestros profesores—, hoy en día escasos estudiantes ven como normal leer más que un puñado de páginas esquemáticas.

Como comenta Brey, “están proliferando a nuestro alrededor individuos incapaces de concentrarse en un texto de más de cuatro páginas, personas que sólo pueden asimilar conceptos predigeridos en formatos multimedia, estudiantes que confunden aprender con recopilar, cortar y pegar fragmentos de información hallados en Internet, o un número creciente de analfabetos funcionales”.

Mientras tanto, la Educación apunta hacia disminuir la memorización de los contenidos, la lectura de textos largos y tediosos o la escucha de clases magistrales. La información  se reduce a lo útil,  inmediato, fácilmente comprensible y aplicable. Las evaluaciones se hacen más laxas y se toma como ejemplo del perfil profesional a la actividad laboral. La investigación se opaca en las instituciones universitarias en favor de la oferta académica.

Cuando el criterio de logro no es que el estudiante aprenda, sino que tenga una experiencia agradable que le permita egresar, el estudiante deja de ser estudiante y se convierte en un cliente. El conocimiento deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en un producto, que como toda mercancía para el consumo masivo, se adapta para ser más atractiva en el mercado. La Educación deja de ser un proceso de formación de ciudadanos pensantes y productivos,  y se convierte en un negocio, que como muchos, también se corrompe.