Comprometidos con la teoría

 

 

Usualmente, los jóvenes estudiantes piensan que las lecturas teóricas son aburridas y desconectadas de las actividades sociales o profesionales. Defendemos que, contrario a ese pensamiento, usamos teorías cotidianamente para intentar solucionar problemas y vivimos de acuerdo a un conjunto de teorías que socialmente aceptamos como válidas.

En general, las teorías son redes de conceptos o símbolos que quieren denotar, explicar y predecir fenómenos que son de interés para la sociedad. Cuando no existen datos empíricos previos para sustentar una teoría, nos referimos a conjeturas. Si una teoría se elabora como generalización de datos empíricos “suficientemente” probados, sistemáticamente recogidos y sometidos al escrutinio de una comunidad de conocimiento, hablamos de que esa teoría es una explicación aceptable para representar y anticipar situaciones de la realidad natural y/o social, y que sirve como base para buscar conocimientos más amplios.

La complejidad del aprendizaje teórico para los estudiantes está dada por algunas condiciones que se vinculan con la producción del conocimiento:

  1. Los teóricos fundamentales, aquellos que han especulado sobre algún tema o llegaron a hallazgos que luego generalizaron, estuvieron influenciados por su sociedad, que generó en ellos algunas inclinaciones temáticas, los llevó a usar léxicos particulares y condicionó los métodos para la apropiación de los conocimientos. Basta que tratemos de leer a un pensador del siglo pasado, o de otro país, o que piense según filosofías ajenas a nosotros, para que nos enfrentemos a símbolos, categorías y razonamientos que son desconocidos desde nuestra perspectiva. ¿Cuándo y por qué un pensador planteó un grupo de ideas? ¿Qué hechos observó que lo llevaron a reflexionar así? ¿Cuáles eran sus creencias y cómo pudieron éstas influir en su interpretación de los hechos?

 

  1. Si lo anterior no fuese suficientemente enredado, es aceptado en las universidades modernas que detrás de las investigaciones existen intereses que van desde los deseos de destacar del estudioso hasta la militancia política, la obligación institucional y la necesidad económica.

Queremos decir con esto que una teoría no es solo una frase sintética que resume los descubrimientos de un científico: cada teoría representa el proceso social de su producción, cuyo entendimiento requiere esfuerzo adicional.

Más allá de estas consideraciones de entorno, descubrimos que las teorías en sí implican métodos de validación plurales, multiplicidad que añade a la complejidad. Cuando hablamos de las ciencias naturales o exactas (química, biología, física, por ejemplo), solemos pensar que esos conocimientos se ponen a prueba en laboratorios donde los científicos ratifican o rechazan una hipótesis. Ese proceso, repetido varias veces por diferentes grupos de investigación, puede derivar en conocimientos más o menos estables, expresados en lenguajes cuya aceptación es más universal. Algo distinto pasa, no obstante, con las ciencias sociales.

En las llamadas ciencias humanas o “ciencias del espíritu”, nos encontramos que, aunque muchas veces los estudiosos han tratado de imitar los procedimientos de las ciencias naturales, el campo teórico está fragmentado y presenta conflictos entre distintas tendencias que debaten desde los nombres a utilizar para denominar a los sujetos estudiados hasta los resultados que se obtienen.

Veamos un par de ejemplos del área de la sociología: cuando en la primera mitad del siglo XX empezó a masificarse el uso de aparatos de radio, investigadores estadounidenses estudiaron las “funciones” que cumplían estos medios de comunicación y sus efectos prácticos en la población, e hicieron eso por medio de encuestas en distintas comunidades para descubrir las tendencias de uso de los aparatos, la recepción de los programas y la opinión de la ciudadanía acerca de los mismos; por otro lado, también en la primera mitad del siglo XX, creció la influencia de la denominada Escuela de Frankfurt, cuya tendencia era radicalmente opuesta a la de los investigadores funcionalistas: los frankfurtianos veían en los medios de comunicación “instrumentos ideológicos” para la consolidación y reproducción del sistema capitalista a través de una programación que estimulaba el consumismo y anulaba el pensamiento crítico. ¿Estaban acaso hablando de la misma sociedad los investigadores norteamericanos y los frankfurtianos? Sí, pero los marcos interpretativos eran distintos y, por lo tanto, los resultados de las investigaciones tenían que ser diferentes.

Lo más interesante es que los investigadores funcionalistas y los críticos se acusaban mutuamente de perjudicar a las sociedades con sus teorías: los funcionalistas denunciaban a los frankfurtianos de estimular el conflicto social a través de la difusión de ideas antisistema, de críticas contra la sociedad de consumo y la democracia representativa; los críticos, por su parte, manifestaban que los funcionalistas producían su ciencia para legitimar un orden preestablecido porque estudiaban a los hombres para que actuasen dentro del sistema social con mayor efectividad pero no para que reflexionasen a profundidad sobre las estructuras “injustas” de su sociedad y pudiesen cambiarlas. En resumen, ambos modelos de comprensión de lo social imaginaron como peligroso al otro.

Esta dispersión y antagonismo de entre tendencias teóricas se puede descubrir en varias disciplinas humanísticas: semiótica, politología, sociología, psicología, comunicología, pedagogía, filosofía, etcétera.

Recapitulamos, entonces, las dificultades del aprendizaje teórico: el entorno influye en el desarrollo de los conocimientos y, por eso, la comprensión de la teoría requiere del estudio del entorno en el cual surgió; se acepta, por otro lado, que una teoría no sea la única que sirva para estudiar un fenómeno y que se corre el riesgo de que otra interpretación adversa supere a la escogida por el investigador. ¿Vale la pena el esfuerzo de estudiar teorías si mañana las mismas pueden cambiar o ser refutadas? La respuesta es un rotundo sí.

Que existan distintas interpretaciones del mundo no hace que el estudio de esa diversidad sea inútil. De hecho, esa postura limitante es propia de un tipo particular de aproximación teórica en sí, una que reniega de la pluralidad por no encontrarla sencilla y que prefiere la simplificación porque supuestamente es más manejable. No acompañamos ese pensamiento. Contrario a eso, creemos que la pluralidad de explicaciones, algunas opuestas entre sí, solo enriquece la comprensión de la vida, de la misma forma que la enriquecemos cuando aprendemos otros idiomas, conocemos literatura de distintos países o viajamos. ¿Qué conviene más a un individuo? ¿Conocer solo el sistema político en el que nació o estudiar la diversidad de sistemas políticos que la humanidad ha ideado a lo largo de su historia? ¿Solo saber el dogma religioso de sus padres o estudiar la mayor cantidad de imaginarios religiosos posible? La respuesta parece evidente, y lo mismo se puede decir de los conocimientos teóricos.

La reflexión teórica , bien sea de ciencias naturales o de ciencias sociales, con todas sus complicaciones y profundidades, nos libra de vivir y actuar según teorías que manejamos de forma irreflexiva, aquellas que no son escrutadas y que aceptamos porque sí. ¿Acaso no usamos generalizaciones constantemente? ¿No convivimos con ideas sesgadas que recibimos de los medios de comunicación, de los partidos políticos, de las empresas comerciales, de las religiones? Cuando decimos frases hechas como “todos los políticos son corruptos”, “todos los intelectuales son inútiles”, “las mujeres bonitas tienden a ser estúpidas”, “los empresarios son avariciosos y estafan a sus empleados”, “todos los pobres son flojos y no trabajan porque no quieren”, “todos los comunistas son envidiosos”, “la juventud es superficial por culpa del internet”, “la tasa de divorcios aumenta porque se han perdido los valores”, ¿tenemos pruebas válidas y comprobables para sostener tales afirmaciones? ¿Hemos investigado otras opiniones para poner la nuestra a prueba? ¿Hemos sopesado lo que aspiramos lograr con nuestra teoría? Y sin embargo actuamos y vivimos con nuestra opinión, la convertimos en teoría actuada, en práctica social, en formas de hablar y de dirigirnos a los demás.

Quizá si pensamos que no hay manera de probar en un laboratorio la superioridad ética de un postulado que consideramos valioso (digamos, el respeto a la vida de otros hombres, la democracia, la libertad de expresión, etcétera), nos damos cuenta de que la reflexión a partir de la literatura que otros han producido se hace importante para el desarrollo intelectual de cualquier individuo. Los conceptos con los que normalmente pensamos y que definen nuestro sistema ético no pasan de ser abstracciones y, sin embargo, tienen consecuencias muy prácticas.

Para elevarnos por encima de la superficialidad y de perspectivas limitadas, nos afirmamos comprometidos con la reflexión y discusión teórica, porque nos permite conocer con mayor riqueza nuestro mundo, nos pone al día con los avances y hallazgos que investigadores de ciencias naturales y sociales han alcanzado, y abre perspectivas de porvenir porque todo futuro es proyecto, invención y teoría hasta su transformación en hechos.

“Los que se enamoran de la práctica prescindiendo de la ciencia son como los pilotos que toman un navío sin timón ni brújula, de forma que nunca tienen la seguridad de la ruta seguida. La práctica debe ser edificada siempre sobre una buena teoría”, dijo el   pintor, arquitecto, escultor, inventor, pensador e ingeniero italiano, Leonardo Da Vinci.

Víctor Manuel Álvarez Riccio

Periodista CNP N° 22.781

Estudiante de la Maestría de Comunicación Social para el Desarrollo

Prof. de Sociología de la Comunicación y Semiótica

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