Siempre podemos reconstruir a Venezuela

En el crepúsculo aparentemente interminable en el cual se encuentra el país hoy en día es probable que muchos sientan que no hay nada que hacer, que cuanto queda es huir o aceptar el más funesto destino que puede imaginar una sociedad democrática: la pérdida de la Libertad, pero todavía quedan opciones.

Confieso que el silencio de esta columna ha tenido algo que ver con eso: llegué a pensar que era irrelevante escribir sobre divulgación de la Ciencia en momentos como estos, cuando en el país mueren diariamente personas que defienden el valor básico de la Democracia. Hoy quisiera transmitir un poco de la esperanza que hallé para mí mismo, transitando por el sendero que me llevó a ella.

Una voluntad menos y una herida más

Entre las decenas de víctimas de estos días funestos, el dieciséis de mayo fue asesinado en San Antonio de los Altos, por una bala en el pecho,  Diego Arellano, biólogo herpetólogo que quiso estudiar un posgrado y que con su labor —producir sueros antiofídicos y antiescorpiónicos―, además de hacer Ciencia, seguramente salvó vidas, quizás incluso la de alguien cercano a quien segó la suya.

Paramédicos atendiendo a Diego Arellano

En sus últimos momentos Arellano dirigió una sonrisa al cielo, y así fue inmortalizado para la posteridad. Dos días después de su muerte, la Asociación de Investigadores del Ivic, institución pionera de la Ciencia en Venezuela criticaba que su amado centro de saber se había convertido en una vil prisión temporal, que el proyecto que alguna vez pensó el Dr. Humberto Fernández Morán había sido reducido por la dictadura a un vulgar campamento de detenidos.

Ante semejante oprobio, y sin olvidar críticas mucho más antiguas y persistentes, como la injusta remuneración de la investigación en Venezuela, la constante fuga de talentos o la asfixia del sistema nacional de Educación Superior, ¿cómo hablar del progreso científico sin sentirse más dentro del problema que dentro de la solución?

Pequeños esfuerzos logran grandes frutos

Cuando a pesar de lo que sucedía afuera, la Universidad Católica Andrés Bello decidió que debía permanecer abierta, no pude sino recordar las palabras de Pedro Pablo Barnola, SJ., quien en 1957, plena dictadura del Gral. Marcos Pérez Jiménez, decidió cerrar a esa misma universidad y justificó su medida tiempo después de la siguiente manera: “Procedimos sin terror al cierre (…) porque estábamos convencidos de que hacíamos más por la Patria y por la Iglesia si conservábamos íntegro el honor sin Universidad Católica, que si se conservaba abierta una Universidad Católica sin honor” (García, 2017).

Aclaro que aunque inicialmente simpaticé con la postura del padre Barnola, hoy en día también siento orgullo de la posición y el esfuerzo asumidos por la comunidad ucabista frente al régimen dirigido por Nicolás Maduro, pues de no haber sido la Universidad tan persistente con la “necedad” de educar, no desde ahora, sino desde siempre, ni siquiera hubiese podido hablar hoy sobre el padre Barnola, pues todo cuanto digo se lo debo a la Educación y todo cuanto he hecho también.

El trece de octubre de 2016, como uno de esos esfuerzos sobrehumanos hechos en un país en que se ahoga al conocimiento para mantener el poder de un grupo político, fue presentado el libro 200 educadores venezolanos, una obra de Fundación Empresas Polar y de AB Ediciones, coordinada por el Dr. Leonardo Carvajal y escrita por más de treinta investigadores, quienes rescatan la memoria de hombres que donaron su saber a la República y cultivaron a una mejor Venezuela, como diría Fernanda Guevara, quien también escribe en este medio.

Presentación del libro 200 educadores venezolanos: Siglos XVIII al XXI

Entre las virtudes de esa protesta editorial destaco que se trata de una publicación plural, realizada con una visión eminentemente pedagógica y de alta calidad investigativa. Sus páginas recogen biografías de personas que aportaron a la Educación del país desde el siglo XVIII hasta el XXI, sin menospreciar a quienes no provenían de estudios educativos y a pesar de eso enseñaron y colaboraron con el progreso nacional.

En palabras de Jesús María Aguirre SJ, se trata de “un libro necesario para la memoria de un país por cuanto los 17 años del régimen actual, empeñado en una lobotomía de todas las células venezolanas, que no vayan marcadas con el sello chavista. Un trabajo que nos reconcilia con el país y con los educadores de diversos niveles y tendencias sin chauvinismos, ni fundamentalismos ideológicos. Una publicación pensada para superar las fronteras entre la educación pública y privada y, sobre todo para eliminar las fronteras creadas por la revancha política y el resentimiento”.

De esas 200 biografías, en las próximas entregas de esta columna haré mención a 87 hombres y mujeres que desde su muy particular aporte educativo impulsaron también a la Ciencia, a la Tecnología y a la Comunicación Social, y de esa manera hicieron parte del país que hoy reclaman ―con todo derecho— los venezolanos, pero que, y ahí mi punto, no fue una realidad sino a través del esfuerzo de muchas personas en favor de un proyecto nacional, de un pacto social: todavía podemos reconstruir a Venezuela, y la esperanza, así suene lejana y difícil, somos nosotros mismos, estemos donde estemos, mientras tengamos la voluntad de hacer que el país avance y la sensibilidad para darnos cuenta de que es necesario realizar cambios profundos.

José Luis Pérez Quintero

 

Referencias

García, E. (2017). Pedro Pablo Barnola, SJ. En J. Da Silva, T. Ramírez, N. Rodríguez, J. Piedra, E. García & A. Moreno Molina et al., 200 educadores venezolanos: siglos XVIII al XXI (1st ed., pp. 370-372). Caracas: Fundación Empresas Polar – Universidad Católica Andrés Bello.