El verdadero enemigo

Llueve, y no escampa. Los influencers, término tomado del marketing, no cesan su empeño, no rinden su tozudez. Con maníaca obsesión confunden una salida constitucional con un proceso electoral. Tanto como el que cree en mesías y salvadores, los electoreros asumen que un proceso electoral es suficiente para impulsar una transición de la profundidad y magnitud que Venezuela requiere. Ignoran contra qué y quienes luchan. Obvian el talante de la élite dominante.

El proyecto revolucionario bolivariano (nombre del cual abusan para afincarse en el prestigio del Libertador, pero que poco o nada tiene qué ver con un modelo nacido 18 años después de su muerte) no es retórica de un partido local. Chávez escaló, gracias a la inmensa renta petrolera que recibió, hasta erigirse como el portavoz de un movimiento que reúne a líderes continentales militantes de ese concilio obsoleto, fundado por Lula Da Silva y Fidel Castro tras la desaparición de la URSS: el Foro de San Pablo.

Las causas ya no importan. Interesa la desinstitucionalización venezolana y el enorme poder que acumuló el otrora jefe de un alzamiento militar (si es que realmente lo fue, como parece negarlo, con evidencias, la abogada Thays Peñalver en su obra “La conspiración de los 12 golpes”). Mientras Brasil (liderado por Lula Da Silva) y Argentina (con los esposos Kirchner al mando) no contaban con la debilidad institucional suficiente, nosotros, el quinto productor de petróleo del mundo, sí adolecíamos de una fragilidad institucional grave, que se nutrió durante años de un discurso insensato, de una crítica malsana contra un modelo que pese a sus imperfecciones, era esencialmente democrático.

Venezuela sigue teniendo petróleo y el “oro negro” sigue rigiendo al mundo. Eso lo saben los militantes de la izquierda retrógrada latinoamericana congregada en el Foro de San Pablo. Cuando la oposición democrática ataca a Maduro y amenaza la permanencia de la élite revolucionaria en el poder, se enfrenta a mucho más que a un gobierno abusivo. Se enfrenta a un bloque continental que necesita como aliado a un país que posee las reservas de crudo más grandes del planeta. Si Maduro (y la élite chavista) cae, los líderes del Foro de San Pablo pierden una porción importante del financiamiento a su proyecto continental.

Esta izquierda continental no ha tenido pudor para aliarse con todo aquel que ataque a los Estados Unidos y defienda el ejercicio hegemónico del poder, desde Corea del Norte hasta las FARC y el ELN, sin obviar, desde luego, la base de operaciones y cerebro del proyecto: Cuba.

En un escenario como este, un proceso electoral (aun en condiciones medianamente aceptables) no resuelve la crisis porque la transición sería un espejismo. Chávez no se limitó a desarticular las instituciones, sino que las sometió. La mayoría de nuestras instituciones no están al servicio de los venezolanos, sino de un proyecto continental que fundamenta su legitimidad en los dogmas de una élite y no en la verdadera voluntad ciudadana (que se expresa comúnmente a través del sufragio en elecciones medianamente equilibradas).

La transición trasciende pues, al tema meramente electoral. La estructura de poder que se aseguró Chávez (y heredó Maduro) desnaturalizó el sufragio como herramienta para tomar decisiones dentro de un modelo genuinamente democrático. Hoy por hoy, ganar las elecciones no asegura – ni de lejos – la viabilidad de la transición. Y esta viabilidad es lo que realmente importa.

El gobierno resultante de unas elecciones (a celebrarse, en principio, el venidero 20 de mayo), sea revolucionario u opositor, será precario. Sin embargo, dada la naturaleza del chavismo (apoyado por líderes con posibilidades ciertas de acceder al poder en países importantes de la región y la institucionalidad de facto que controla el poder en el país), uno opositor estaría amenazado por fuerzas que, como ya dije antes, fundamentan su legitimidad en sus dogmas, en la creencia de que un orden socialista (que por su naturaleza no es democrático) es la panacea a todos los males del mundo. Su viabilidad sería en todo caso, un espejismo.

La gravedad de la crisis venezolana trasciende sus fronteras. Adicionalmente, el tiempo amenaza por igual al gobierno y a la oposición. Es una ingenuidad creer que no hay militares coqueteando con esa salida que a nadie le gusta nombrar, sobre todo ahora que degradaron a un grupo de oficiales (encabezando la lista Baduel) y arrestaron a otro (con mando de tropa). Igualmente resulta ingenuo suponer que, de darse el caso, buena parte de la población no los vaya a llevar en hombros hasta Miraflores. Asumir que la solución a la crisis lleva tiempo, mucho tiempo, constituye ponerse de espaldas a la realidad. El tiempo se ha agotado, y no comprenderlo es grave, muy grave.

El frente amplio nacional no puede seguir apostando a una salida electoral (que no va a ocurrir, porque el voto ciudadano fue sustituido por un voto sumiso). Debe estructurar, a mi juicio, una estrategia que conduzca cuanto antes a la sustitución de la élite, asumiendo que el cambio de presidente es insuficiente, y, en segundo lugar, a un acuerdo nacional que asegure la viabilidad de la transición y robustezca las instituciones para contener las amenazas que sin dudas surgirán del militarismo populista y de la izquierda. Unas elecciones presidenciales, aun en condiciones aceptables, solo acentuarían la conflictividad. Sobre todo si resulta ganador un opositor.

El poder se reduce a poder, a tener los medios – legítimos o ilegítimos – para imponerse. La ANC, un ente ilegítimo, tiene poder porque cuenta con un andamiaje institucional que valida sus actos, los cuales, aun siendo legítima (y no lo es), son competencia de otros poderes públicos. El TSJ ejerce su rol a pesar de haber sido ilegitimado a partir de diciembre de 2015. El Fiscal (de facto) actúa como jefe del Ministerio Público y su titular, se encuentra en el exilio. Lo mismo ocurre con los magistrados designados por la Asamblea Nacional. Además de eso, en unas elecciones dudosas, 19 gobernaciones y más de 300 alcaldes quedaron en manos de la élite. Con un escenario como este, resulta ilusorio un gobierno opositor.

Toda solución a la crisis pasa necesariamente por arrebatarle el poder a la élite, y eso constituye mucho más que ganar unas presidenciales. Creo yo, que esta afirmación casi raya en la obviedad.

Francisco Martínez Pocaterra