La experiencia de leer: La ofensa

Portada del libro La ofensa (Booket, 2009) del escritor español Ricardo Menéndez Salmón
La ofensa (Booket, 2009) del escritor español Ricardo Menéndez Salmón

I

Un caballo desbocado llega al campamento en el que está Kurt Crüwell junto a sus compañeros. El cuerpo del jinete se bambolea de lado a lado sin caer, es el cuerpo decapitado de un soldado alemán. Quien está al mando del 19.° Cuerpo Blindado del 6.° Ejército alemán es Löwitsch, comandante impertérrito, en él se unen disciplina y rigurosidad, frialdad y crueldad, la quintaesencia del nazismo [esa forma refinada del comunismo]. Toma cartas en el asunto. Levanta a los soldados y se marcha al este, al pueblo de Mieux a buscar a los responsables, en el camino encuentra los cuerpos sin vida del resto de los soldados del retén de vigilancia: colgados de cabeza, uno de ellos sostiene la cabeza del decapitado.

Lo sucedido el 2 de enero de 1941 en la Francia invadida por los alemanes es la expresión de la maldad efectiva, que se cumple en sí misma. En La ofensa (Booket, 2009) el escritor español Ricardo Menéndez Salmón, sitúa estos hechos en lo que puede considerarse una historia de amor. Por más difícil que parezca, el personaje al que el lector sigue en esta breve, punzante y delicada novela, no soporta ser testigo de la vesania desprovista de toda piedad y, luego de lo acontecido, será el amor y la música lo que le devuelva su vida. Kurt Crüwel es un joven sastre que ha sido reclutado para ir a la guerra. Alemania se hará para sí de media Europa ante la mirada atónita de buena parte del mundo, la otra será complaciente. La mirada de Kurt no soportará uno de los episodios que, como pequeñas piezas de una gran máquina, se van ensamblando para hacer posible el objetivo final.

Ese 2 de enero de 1941, el Hauptsturmführer Löwitsch, reunió a los habitantes del pueblo de Mieux y los instó a dar cuenta de los soldados franceses que habían matado a los soldados alemanes. Mandó a que los ordenaran en filas, hombres, mujeres, y a cada soldado le ordenó quedarse con un niño a su lado. Al alcalde fue al primero que buscó: “Era mediodía cuando Löwitsch comunicó al alcalde que disponía de sesenta minutos exactos para darle los nombres de quienes habían atacado al retén de vigilancia. El tiempo transcurría muy despacio, como melaza derramándose de una tina. Mieux, enfebrecido, sentía pasar los minutos. Cada cuarto de hora el Panzer disparaba un cañonazo, un soldado de la columna se adelantaba y disparaba en la cabeza a uno de los hombres arrodillados”. Löwitsch había dado sesenta minutos para escuchar respuestas. No las hubo. El pueblo fue conducido a la iglesia. Ardió en llamas. El alcalde había muerto. Un disparo en la cabeza realizado por el propio comandante. Nadie en Mieux sobrevivió.

II

Lo que Kurt sintió fue cómo su cuerpo dejó de sentir. Se desplomó. El cuerpo se ajustaba a una condición debatida por filósofos y teólogos de distintas épocas: ser independiente de quien lo porta. Al menos en alguna medida. El cuerpo de Kurt se desplomó, no pudo asimilar lo que presenciaba. ¿Hasta qué punto puede el ser humano hacer frente al sufrimiento de otro causado por él mismo? ¿Será cierto que “el corazón y la mano están de acuerdo” cuando el mal se hace hábito (como dice un torturador del Angkar camboyano)?

El cuerpo como frontera. El cuerpo como ética, moral, límite. No el alma, el espíritu, el intelecto o la reflexión. No es la Razón la que reconoce los límites, sino el cuerpo como instancia independiente y anterior a aquellos. [Me aventuro a pensar en una erótica de la maldad]: Quien ejecuta sensualiza la maldad, el cuerpo responde placenteramente al sufrimiento causado en otro, se puede recorrer el camino contrario al que recorre Kurt Crünwel, se puede llegar a la actitud de un Löwitsch, y también inclinar la balanza al regocijo; lo que el joven sastre convertido en soldado experimentará, luego de la matanza en Mieux, será otro camino que escapa a la bigamia insensibilidad-maldad. Será una paradoja: insensibilidad-amor.

Sastre. Ricardo Menéndez Salmón, hace que su personaje tenga un oficio que esencialmente se debe al cuerpo. Kurt no siente el propio. Recuerda un tanto al Jean Baptiste Grenouille de El perfume, de Suskind, y a las extraordinarias novelas-relatos del portugués Gonçalo Tavares (portentosas rutas literarias de otra bigamia: técnica-maldad) en temática y estilo. El personaje principal de La ofensa es un soldado alemán del ejército nazi. Será hospitalizado en Notre Dame de Rocamadour, y ahí se enamorará de su enfermera y recorrerá el camino hacia un amor insensibilizado. En el hospital trastocará su identidad.

Esta novela compleja en sus entresijos y aparentemente simple en su confección, desconcierta al lector. La II Guerra Mundial es una ofensa a la humanidad, y el cuerpo de Kurt se estremece como los propios cimientos occidentales que hicieron aquella posible. El horror de la maldad —ser testigo e instrumento— es capaz de separar el cuerpo de su naturaleza sensible, de alguna manera lo desnaturaliza sin que necesariamente el espíritu lo resienta, así, la insensibilidad no necesariamente conduce a la crueldad como tan comúnmente se ha creído. Quizás ahí radica lo fascinante de este personaje que, por cierto, se asemeja no solo en la grafía de su nombre a aquel coronel de Conrad.

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[En este sentido, me atrevo a pensar que quienes matan con la vesania y premeditación cultivadas desde hace por lo menos dos décadas, no son indolentes o insensibles, o se han deshumanizado, sino todo lo contrario: son profunda, deliberada, gozosa e ignominiosamente humanos, malvadamente humanos. No sé cuántos Kurt se han desmayado ante el horror perpetrado. Estoy seguro de que no pasarán sus últimos días en un psiquiátrico como él, sino tras las rejas y haciendo frente —si todavía tienen el coraje impúdico— al repudio, ese que ahora no soportan].

Harrys Salswach

laexperienciadeleerhs.blogspot.com.es

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