Un viaje de ensueño: Saliendo del Paraíso Terrestre con llegada al Paraíso Celeste (II)

Dante e Beatrice.
Dante e Beatrice.

Segunda parte: El inicio del ¡Viaje!

Por @aldosognando

 

En la entrega anterior nos habíamos quedado en pleno proceso de embarque para subir a bordo de la nave espacial que nos llevará a un viaje interestelar, un viaje que haremos a pesar de las advertencias y de contar nosotros solamente con una piccioletta barca; aun así, nos atreveremos a navegar, desatendiendo a nuestro Dante-navegante, deseosos de escuchar, de aprender, de conocer, de descubrir, de darnos cuenta de…

Viajaremos por los siete cielos: el de la luna impulsada nuestra nave por la energía de los ángeles, seguiremos hacía el de Mercurio el cual lo atravesaremos gracias a la fuerza de los arcángeles, llegaremos al de venus transitándolo con la inercia de los Principados, luego en el cielo del sol cambiaremos combustible y será el de las potestades las que nos mueva, mientras que en el quinto cielo, el de Marte, serán las virtudes quienes generarán el impulso necesario para llegar al cielo de Júpiter y allí será el poder del cuarto coro angelical, el de las dominaciones, quienes inyecten la inteligencia motriz para seguir hasta el séptimo cielo terreno, el de Saturno, donde están los tronos que sostienen al del mismo Dios y por tanto listos para sumergirnos en el cielo de las estrellas fijas y para lo cual contaremos con el súper combustible que emana de los querubines para sortear las difíciles pruebas de inmigración y poder alcanzar así una vez superados los controles el primer móvil o cielo cristalino con lo último en energía cinética que emana de los serafines, y que corona la rosa que a todos los arropa y donde reside nuestro Dios junto con todas las almas beatas y jerarquías angelicales, es el Empíreo inmaterial y hecho de pura luz, donde quedaremos deslumbrados de la mano de nuestro comité de recepción por el gran e inenarrable espectáculo de luz y sonidos divinos.

Seguiremos, al igual que Dante-escriba de Dios, el esquema trazado por el gran astrónomo egipcio Tolomeo, quien vivió en el siglo II d.C., para él la tierra era el centro del universo, alrededor de la cual rotan los nueve cielos concéntricos, siendo los más alejados los que se movían más rápido.

Y así comienza nuestro viaje interestelar, leyendo la hoja de ruta inspirada por el mismo Apolo (I, 13-15), máximo símbolo divino de la poesía, que sustituye a la trazada por las Musas que nos permitió llegar a nuestra estación de despegue, emulando a nuestros pilotos que así lo hicieron un miércoles 13 de abril del año 1300, cuando se elevaron cerca del mediodía, hacía un recorrido que duró, y que durará para nosotros, el tiempo que tomemos en cantar los 33 cantos y 4.758 versos del itinerario que recién estamos empezando, con un despegue en vertical desde la estación Paraíso Terrenal ubicada en la cima del monte purgatorio, para alcanzar el primer cielo, el de la luna, nuestra primera etapa del viaje.

Quién sabe si la ingravidez lunar nos provocará aquella misma sensación que advirtió nuestro navegante interestelar que ni siquiera tuvo el tiempo de darse cuenta de lo que le estaba ocurriendo y así se lo reafirma Beatriz: No estás en tierra, según lo que crees; / más ni siquiera el rayo, cuando baja, / corre cuál tú que aquí ahora asciendes. (I, 91-93)

Tanto así que, en determinado momento, él mismo exclama: trasumanar significar per verba non si pria (I, 70-71), reconociendo la imposibilidad de expresar por medio de palabras esta misteriosa transfiguración que su persona experimentaba que supera los límites de lo humano para conectarse con la naturaleza divina.

Es una sensación que lo arropa tanto que se siente tan impotente, que por primera vez desde que atravesamos la puerta infernal al inicio mismo de su peregrinar a estos mundos de ultratumba, renuncia a su talante democrático y nos invita a nosotros los no iniciados a renunciar a la lectura de esta tercera cántica, a menos que quienes nos atrevamos, lo hagamos de la mano de los estudios filosóficos y, sobre todo, teológicos.

Hablar del Paraíso no es fácil, dice el gran dantista en clave teológica, Franco Nembrini, pero a la vez asegura que de no hacerlo sería como dejar a medias una extraordinaria historia, se perdería lo mejor de esta sino se lee su conclusión, y no se refiere al hecho del cómo va a terminar la Divina Comedia, porque eso ya se sabe, sino sobre que si uno se salta el epílogo (y en nuestro caso es precisamente el recorrido por el Paraíso) se pierde el sentido de todo, porque es aquí afirma Nembrini, donde realmente se entiende el por qué y el cómo de tantas señales que leímos y que finalmente aquí tienen su explicación, sería perder el contenido fundamental del Poema Sacro

En cualquier caso, ya no podemos retractarnos, tú, yo, nosotros, al estar hoy aquí nos hemos embarcado, y al igual que lo hicieron nuestros medioevales pilotos, hemos atravesado el umbral del tiempo y del espacio a una velocidad supersónica y ya nos encontramos en la luna: dentro de sí la eterna margarita / nos recibió, como recibe el agua / rayo de luz permaneciendo unida II, 34-36

Y es aquí donde comienzan nuestros serios problemas al escuchar el diálogo entre ambos, reflexionando sobre las manchas lunares, disertación de tipo físico-cosmológica que supera el normal y lógico razonamiento al punto que el segundo canto es considerado el más abstruso de toda la Divina Comedia.

Este hecho hace que nos replanteemos lo advertido por nuestro astronauta, al prevenirnos sobre nuestra poca fe y modesto intelecto y la posibilidad cierta de mantenerle el paso. Un momento determinante de nuestro viaje y que requerirá de toda nuestra voluntad para no rendirnos inmediatamente. Mientras en eso reflexionamos, y sin casi darnos cuenta, aparecen las primeras almas beatas del paraíso celeste, logrando dialogar con la hermana de quien fuera el amigo de juerga de nuestro piloto y que encontramos en la terraza de los golósos.

 

 

Yo fui en el mundo virgen religiosa; / y si tu mente al observar no es lerda, / no ha de ocultarme el ser ahora más bella, // más reconocerás que soy Piccarda, / que puesta aquí en medio a estos beatos, / beata soy en la más lenta de las esferas (III, 46-51)

Esta le cuenta como fue sustraída contra su voluntad de su reclusorio en el claustro de las Clarisas, mientras le señala que cerca de ella se encuentra también la madre de Federico II de Svevia: Costanza d’Altavilla de quien se asegura fue también una monja. Es así que entendemos que en este cielo se reflejan las almas de aquellos que incumplieron sus votos de castidad no por deseo propio sino por el de otros.

Es interesante destacar la función pedagógica que desempeña nuestra guía, quien le aclara las múltiples dudas que se van acumulando en nuestro piloto-astronauta y que seguramente sucederá lo mismo con nosotros. Una de estas es la aclaratoria de que, a pesar de dialogar con la substancia, lo que realmente ve es un reflejo del alma, ya que todas ellas realmente están y residen en el Empíreo, dispuestas según diverso grado en base al mérito alcanzado durante su vida terrena.

Durante todo este transitar por el cielo de la Luna, el desempeño didáctico de Beatriz es tal que en el quinto canto reflexiona sobre el problema de la salvación y en su disertación le cuenta que, para orientar la conducta, la pauta fundamental el cristiano debe encontrarla en las Sagradas Escrituras y en la recta doctrina del Pontífice: “Sed cristianos, más graves en los actos: / no seáis como pluma a todo viento, / y no creáis que toda agua os lava. // Tenéis el Viejo y el Nuevo Testamento, / y el Pastor de la Iglesia que es el guía; / para la salvación con esto os baste.” (73-78) … y con este poderoso mensaje nos despedimos hasta la próxima entrega.

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