Un viaje de ensueño: Saliendo del Paraíso Terrestre con llegada al Paraíso Celeste (III)

Paraíso Terrestre con llegada al Paraíso Celeste
Paraíso Terrestre con llegada al Paraíso Celeste

Tercera parte: Los misterios de los cielos

Por @aldosognando

En la entrega pasada nos habíamos quedado orbitando en el cielo lunar, cuando con inusitada velocidad, característica sine qua non en este viaje sin tiempo, llegamos al segundo cielo, y nuestro Dante se da cuenta que en cada ascenso Beatriz se muestra mucho más reluciente, con la misma intensidad con que resplandecen los más de mil destellos que se acercaron diciendo: “he aquí el que aumentará nuestros amores” dando lugar al memorable monólogo del alma pía convertida: el césar del imperio romano de oriente: Justiniano, quien gobernó en el sexto siglo d.C., el gran compilador y codificador del derecho narra toda la historia de la gran dominación latina, para ceder luego la palabra a Romeo de Villanova, contra-figura de nuestro exul inmeritus.

Del cielo de los espíritus activos nos despedimos cantando dejando atrás así el cielo de Mercurio y mientras seguíamos flotando inertes en nuestro viaje celestial, la maestra Beatriz nos dicta una clase magistral sobre la muerte y resurrección de Cristo y el porqué de las creaturas corruptibles e incorruptibles, sin darnos cuenta, y mucho menos saber cómo, llegamos al cielo de los Espíritus Amantes: el cielo de Venus: No advertí el modo con que subí al astro; / pero, de estar en él fue fe bastante / ver que mi dama hacíase más bella (VIII, 13-15)

Aquí, a diferencia de los otros mundos de ultratumba no invocamos, más bien como hemos sido testigos en el paraíso celeste las almas se ofrecen: Es así que una se aproximó más a nosotros / y sola comenzó: “estamos prestas / a tu placer, que goces con nosotras (VIII, 31-33) es la luz de Carlos Martel, quien nos orienta sobre el cómo superar las pasiones terrenas, transformando esas energías emotivas en tensiones espirituales, y mientras lo hacemos, el conocido y querido por Dante, coronado Rey de Hungría, casado con Clemencia de los Ausburgo y de cuya unión nació quién luego se convirtió en la reina de Francia, nos hace una descripción geográfica de Europa de la misma forma como si pudiésemos verla desde la escotilla de nuestra nave espacial.

 

Aparece entonces Cunizza Da Romano, quien fuera también amante, entre tantos, del amigo de Dante, el trovador provenzal Sordello, esta noble dama sustituyó en su vejez sus costumbres carnales juveniles por obras de bien por lo que fue reconocida y reverenciada por sus conciudadanos florentinos.

 

Es ella quien introduce al ilustre trovador provenzal: Folco de Marsella, quien también en sus años mozos fue un hombre de letras apasionado, y cuyos placeres mundanos siempre lo inspiraron, terminando enclaustrado en un convento cisterciense finalizando sus días terrenos como Obispo de Toulouse, denunciando la degeneración de los linajes y la avaricia.

Se escucha entonces, al mejor estilo de los que hace nuestro Papa Francisco, un llamado en altavoz en nuestra nave espacial: Eleva, pues, lector, conmigo tus ojos hacia las altas esferas, por aquella parte en que un movimiento se encuentra con otro, y empieza allí a admirar el arte del Maestro que la ama tanto en su interior, que jamás separa de ella sus miradas (Paraíso X, 7-12)

Estamos llegando al cuarto cielo, el que corresponde al sol, asignado a los espíritus sapientes: filósofos y teólogos quienes danzan y cantan en coronas concéntricas, y la recepción es de lujo, Santo Tomás de Aquino, la cúspide de la escolástica, el más ilustre intérprete de Aristóteles en clave cristiana, que nos introduce a una primera corona de doctores de la Iglesia compuesta entre otros por: Alberto Magno, el rey Salomón, Severino Boecio e Isidoro de Sevilla, para luego encontrarnos con el mismo Doménico de Guzmán quién en su diálogo con nuestro Dante-teólogo, auto cuestiona el desempeño terreno de la orden por él fundada para luego elogiar al santo más amado y considerado por nuestro poeta, como el más eficaz antídoto contra la maléfica loba-avaricia: San Francisco de Asís. Un canto sublime para leer una y otra vez y que le da paso a san Buenaventura de Bagnoreggio, quien devuelve el favor al dominicano, no solo elogiándolo sino haciendo también, el franciscano un acto de constricción, evidenciando la corrupción que también dentro de su orden imperaba y que degeneró en insalvables divisiones internas.

Mientras tanto, tal si fuera un controlador aéreo, santo Tomás recrimina a nuestro teólogo que no se precipite a la hora de emitir juicios, que no juzgue por las apariencias, ni pretenda al igual que los comunes mortales anticiparse al juicio de Dios sobre la salvación o la condenación de las almas: No crean Pero Grullo y el maestro Ciruelo que por haber visto a uno robando y a otro haciendo ofrendas, están ya juzgados en la mente de Dios, porque aquél puede elevarse y este otro caer (Paraíso XIII, 139-142)

Mientras esto escuchábamos, todo se fue inundando con una mayor intensidad de luz, estamos llegando al quinto cielo, el cielo de marte, reservado a los espíritus militantes, los mártires de la fe y observamos como en el centro de este, se yergue una cruz luminosa de la cual provenía una dulce melodía que invocaba la victoria sobre el sacrificio de la vida y de la cual emergió una esfera que a una velocidad similar a la de una estrella fugaz se acercó identificándose en latín: O sanguis meus, o superinfusa / gratia Dei, sicut tibi, cui / bis unquam coeli ianua reclusa? Traducido al español: ¡Oh sangre mía! ¡Oh superabundante gracia de Dios! ¿Quién, como tú, ha visto abiertas dos veces ante sí las puertas del Cielo? (Paraíso XV, 28-30). Se trata de Cacciaguida, antepasado de Dante, quien falleció mártir en Tierra Santa durante la II cruzada.

Con su ancestro, Dante lleva a cabo el diálogo más largo que con alma alguna haya tenido desde el inicio de su viaje, y en este extenso conversar se habla de Florencia y su decadencia, de su destino e inminente exilio, se habla de la necesidad de que Dante siga siendo honesto con su hablar y que se resigne a la consecuente e inevitable soledad, este portentoso diálogo seria aún más largo, sino fuese nuestro piloto convocado por su directriz, cuando empezaron esta vez mis palabras; por lo cual, Beatriz, que estaba algún tanto apartada, sonriose, pareciéndose a la que tosió cuando Ginebra cometió la primera falta de que habla la crónica (Paraíso XVI, 12-15)

Es entonces que ella dijo: Vuélvete y escucha; / no sólo en mi mirada hay Paraíso (Paraíso XVIII, 20-21), luego de lo cual en menos de un abrir y cerrar de ojos llegamos al sexto cielo, el cielo de Júpiter, y observamos maravillados como revoleteaban millares de chispas centellantes como aves que se elevan de una orilla regocijándose al llegar al sitio donde encuentran alimento, un maremágnum lumínico y donde pudimos entrever la frase: Amad la justicia, vosotros que gobernáis en tierra (73-93). Original forma de mercadeo astral para anunciar la presencia de los espíritus justos y mientras observamos este enunciado, la M final tomo la forma de un águila imperial, a quién nuestro piloto interpela buscando respuestas que son contestadas sobre la base del misterio de la Providencia: No podemos comprender la infinitud de la justicia divina, pero el día del Juicio Final veremos salvarse a muchos justos que no fueron cristianos y condenarse a muchos que así se llamaron sin serlo. Con esto nos despedimos hasta la próxima entrega cuando estaremos llegando a nuestro destino final, en lo más alto de los cielos