Un viaje de ensueño: Saliendo del Paraíso Terrestre con llegada al Paraíso Celeste (IV)

Cuarta parte: El Amor que mueve el sol y las otras estrellas (XXX, 145)

Por @aldosognando

Habíamos abandonado ya el cielo de Júpiter, cuando casi de inmediato entendemos que ya estamos en el séptimo cielo, cuando nuestra guía activa el control automático de regulación lumínica, por ser este el último de los cielos terrestres, el de Saturno y por lo tanto en las proximidades de nuestro destino final, la ciudad de Dios, se nos explica que es tanta la luz que aquí se irradia que de no controlarla provocaría un daño a quienes aún allí conservan la estructura sólida de un cuerpo humano: Mis ojos se habían vuelto ya hacia el rostro / de mi dama, y el ánimo con ellos / de toda otra intención se había quitado. // Y ella no sonreía: “si sonriese”, / me anticipó, “habrías de volverte / como Semele cuando fue ceniza”; // pues mi belleza, que en las escaleras / del eterno palacio más se enciende, / como tú has visto, cuanto más sube, // si no se moderase, tanto esplende, / que tu fuerza mortal, a sus fulgores, / sería fronda a la que trueno quiebra. XXI 1-12.

Simultáneamente a estas indicaciones, observamos una escalera en cuyas gradas revolotean millares de almas brillantes y repentinamente una de ellas se nos acerca y dialoga con nuestro escriba divino presentándose como Pedro Damian. Se oye entonces un grito ensordecedor que lleno a Dante de estupor, y ante su desconcierto y desorientación, Beatriz le aclara que está en el cielo de los espíritus contemplativos y que todas las cosas allí son santas, y que ese trueno que escuchó son los rezos que solicitan a Dios venganza contra el mal obrar, es en ese momento cuando se acerca otra brillante esfera que se presenta como San Benito de Nursia, el gran evangelizador de la Italia meridional diciendo: soy aquel que allí llevé primero / el alto nombre de Quién trajo a la tierra / la verdad que ahora tanto nos sublima (Paraíso XXII, 40-42).

Luego de lo cual se alejó y yo por la misma escala tras él cuando repentinamente me encontré con mi constelación natal: ¡Oh gloriosas estrellas! ¡Oh luz llena de gran virtud, en la que reconozco todo mi ingenio, cualquiera que éste sea! Con vosotras nacía y se ocultaba con vosotras el Sol, que es padre de toda vida mortal, cuando sentí por primera vez al aire toscano (Paraíso XXII, 112-117)

Estamos en el octavo escaño celestial, el de las estrellas fijas. Momento determinante donde definitivamente nos separamos de lo terreno, y para confirmar aquello leemos: Estás tan cerca de la última salvación —empezó a decirme Beatriz, que debes tener los ojos claros y penetrantes. Así pues, antes de que llegues a ella, mira hacia abajo y contempla cuántos mundos he puesto bajo tus pies, a fin de que tu corazón se presente tan gozoso como pueda ante la triunfante multitud que alegre acude por esta bóveda etérea (Paraíso XXII, 124-132)

El canto XXIII, donde se canta de los espíritus triunfantes es considerado uno de los más brillantes de todo el poema. Aquí se canta la apoteosis de María, quién junto a Cristo va ascendiendo por los cielos hasta lo más alto del Empíreo, acompañados del fondo musical entonado por el arcángel Gabriel en coro con ángeles y beatos. Luego de lo cual llegamos a una especie de portal de inmigración, pues para poder continuar el viaje debemos superar tres evaluaciones, siendo los examinadores San Pedro para la fe, Santiago para la esperanza y San Juan para la caridad. Exigentes requisitos revisados hasta la exhaustividad y que sólo una vez aprobados por estos funcionarios estaremos autorizados a proseguir nuestro itinerario universal.

Cumplidos los trámites de ley y reemprendido el viaje, Beatriz nos invita a voltear nuevamente la mirada para observar el camino que hemos dejado atrás: mi Dama, reparando que había cesado de mirar hacia arriba, me dijo: -Baja la vista y advierte cuánto has girado. Entonces vi que, desde la hora en que miré por primera vez hacia la Tierra, había yo recorrido todo el arco formado por el primer clima desde la mitad hasta el fin (Paraíso XXVII, 76-81)

Es así que nos adentramos en el cielo cristalino, el noveno, el más grande de los recorridos y también el más veloz de ellos, es en este punto donde se describen las jerarquías angelicales, las mismas que nos han impulsado en cada cielo:

lo cual confieren a este canto y al siguiente unas características tan complejas que hacen muy ardua su comprensión, de hecho, en el canto 29 se reflexiona sobre la misma creación de los ángeles, sobre la rebelión de Lucifer y termina con una invectiva contra la vanidad de los filósofos presuntuosos al punto de llegar a convertirlos en falsos predicadores.

Cada vez más las palabras se van haciendo menos para poder describir adecuadamente lo que se está viviendo, comienza a llegar el momento de la despedida que coincide con la llegada al Empíreo Beatriz habló con la voz y el gesto de una guía solícita: —Hemos salido fuera del mayor de los cuerpos celestes, para subir al Cielo, que es pura luz, luz intelectual, llena de amor; amor de verdadero bien, lleno de gozo; gozo superior a toda dulzura. Aquí verás una y otra milicia del
Paraíso y a una de ellas bajo aquel aspecto con que la contemplarás en el Juicio Final (Paraíso XXX, 37-45). Es así que uno queda cegado por el improviso relámpago de bienvenida que el Amor da a todo aquel que este cielo acoge, hemos llegado finalmente a la ciudad de Dios, acabamos de pasar de lo humano a lo divino, del tiempo limitado a lo eterno

Es aquí cuando Beatriz desaparece silenciosamente, y aparece un viejo benévolo y piadoso que le confiesa que ha sido enviado por su dama, mostrándosela sentada en lo más alto de la rosa.

Nec lingua valet dicere / nec littera exprimere / expertus potest credere / quid sit Jesum diligere: ni la palabra, ni la escritura logran ya expresarlo; solo quien hace experiencia puede comprender que significa amar a Jesús, rezaba el doctor melliflus.

Al igual del cómo logramos llegar a nuestra base de despegue terrenal de la mano de Virgilio (la razón) y acompañados por Estacio (la fe) quienes nos entregaron a las autoridades locales donde hicimos el check in y emitieron el respectivo boarding pass para poder despegar junto a Beatriz (La teología), ahora ni la razón, ni la fe, ni la teología son suficientes para poder continuar nuestro periplo celestial, debemos contemplar para obtener el permiso para llegar.

Nuestro astronauta reza entonces una plegaria para agradecer a nuestra guía que ya está sentada en el puesto que le corresponde por sus méritos, en el tercer grado de los pétalos del Empíreo, por haberlo liberado del pecado y haberle restituido la libertad.

“O donna in cui la mia speranza vige, / e che soffristi per la mia salute / in inferno lasciar le tue vestige, // di tante cose quant’i’ vedute, / dal tuo podere e da la tua ontate / riconosco la grazia e la virtute. // tu m’hai di servo tratto a libertade / per tutte quelle vie, per tutt’i modi / che di ciò fare avei la potestate. // La tua magnificienza in me custodi, / sì che l’anima mia, che fatt’hai sana, / piacente a te dal corpo si disnodi”

Cumpliendo con aquello que juró hacer aquella vez que escribió: Io spero di dicer di lei quello che mai non fue detto d’alcuna cuando cerró su libro La Vida Nueva (XLII), Beatrice desde lo más alto le retribuye con su sonrisa característica, luego, satisfecho por demás, Dante se vuelve a contemplar a la Virgen que sobrepasa en luz y belleza al resto de los beatos y es ahora que entendemos quién es el santo, es el gran san Bernardo, el paladín del culto mariano oriundo de Chiaravalle, delegado para introducir a nuestro héroe ante la Virgen, no sin antes pasar revista a los beatos allí colocados. Se apagan las voces de los protagonistas, se le reza a la Virgen María y termina con la mística contemplación divina. Las palabras no bastan, aun cuando es invocada la ayuda del creador, el encuentro con la Trinidad, es considerada una de las cimas de la poesía de todos los tiempos, un unicum en la historia de la literatura, tal y como lo define Aldo Onorati uno de los más importantes dantistas del siglo XXI

All’alta fantasia qui mancó possa; / ma già volgeva il mio disio e ‘l velle, / sì come rota ch’igualmente è mossa, // l’amor che muove il sole e l’altre stelle (XXXIII, 142-145)

Concluye así lo que para muchos es considerada como una biblia moderna y que a través de extraordinarias e irrepetibles formas de arte nos transmite un mensaje de conciliación entre la dimensión laica y la religiosa. Quizás a veces, dice Pasquini, la utopía puede ayudarnos a sobrevivir a las ofensas de lo cotidiano y nada mejor que dejarnos llevar por este extraordinario Poema Sacro