El juego

El juego
El juego

–¿Cuándo fue la última vez que me lo dijiste?

–No lo recuerdo. ¿Qué sentido tiene preguntarlo ahora?

–¿Ahora? ¿Quieres decir que hay momentos en los que algunas preguntas están prohibidas?

­–Prohibidas no. Son simplemente superfluas

–¿Superfluas? Creo que los momentos son solo…

–Dios por favor, no empecemos, no quiero discutir, no ahora, nunca….eso….no quiero discutir nunca más. Ven aquí….

Empezamos así, no siempre, pero la mayoría de las veces nos acostamos después de una discusión o un amago de discusión.

Puedo recordar todas las veces que lo hacemos (o casi), dónde lo hacemos y sobre todo por qué discutimos. Cuanto más enfadados estamos, más intensos son los besos y las embestidas.

–Túmbate a mi lado.

–Llego tarde al trabajo.

Sus besos son tan placenteros que me hace olvidar el porqué de cada cosa.

Todo es milimétricamente calculado, su lengua se abre camino entre las comisuras de mis labios ligeramente abiertos, chocando contra mis dientes. La presión de sus labios fuerza la abertura de mi boca.

Su mano derecha busca mi cintura, me tumba a su lado, sigue besándome, mis labios están más relajados. Sabe que no puedo resistirme y acabaré cediendo a lo que me pida.

No recuerdo ni una sola vez en la que no me haya dicho lo que tenía que hacer…dame tu mano, abre la boca, acaríciala, date la vuelta, ponte encima.

Lo que peor llevo es la misma pregunta a cada rato… ¿Te gusta?

Para él no son suficientes mis gemidos, no es suficiente sentir mi cuerpo pegado al suyo en busca del placer más intenso, tengo que contestar. Sé que no va a parar de preguntarme hasta que responda, y puntualmente la siguiente pregunta es, ¿Quieres más? Dime que te gusta y pídeme más.

Su mano debajo de mi camisa sigue acariciando lentamente la piel de mi vientre mientras sus besos son cada vez más húmedos. No ha llegado aún el momento de mi participación, tengo que seguir enfadada, no puedo ceder así de rápido.

Mi cuerpo me delata, quiero que su mano se mueva hacia arriba, o abajo, o a donde sea, pero necesito saber que pronto acabará apretando mi pecho, pellizcándome el pezón, o buscando el placer entre los pliegues de mi cuerpo.

Me conoce, sabe cuándo es el momento, por eso juega a mandar, a encenderme y apagarme.

Su lengua sigue en mi boca, su mano se mueve hacia mi cuello. Sus dedos acarician mi cara.

–Me desmaquillas así –le digo.

Se para, se aleja de mi boca para poderme mirar y aprieta fuerte sus dedos en mi mejilla, pasando la lengua por mis ojos, sus dedos con movimientos cada vez más fuertes, como queriendo escarbar entre mis arrugas para borrar los rastros de mis años vividos sin él.

–No te hace falta el maquillaje –susurra con voz suave y firme al oído antes de morder mi oreja derecha.

Sé que tiene el mando, sé que sabe que soy suya, completamente suya y sé que su próximo gesto estará fuera de control. Son tantas las veces que se repite la misma historia que casi ya no me sorprende. Vuelve su mano a mi cuello y empiezan sus preguntas.

–¿Te gusta? ¿Quieres que apriete más? Contesta, dime, ¿te gusta así?

No me da tiempo a contestar ya que empieza a apretar fuerte con las dos manos. Abro la boca para poder respirar y su lengua vuelve a apoyarse en la mía. No puedo respirar, cuanto más me asusto más siento crecer mi deseo.

Suelta mi cuello, me quedo con los ojos cerrados.

Me sube la falda y sin quitarme las bragas, sus dedos abren el camino hacia los pliegues de mi entrepierna. Juega con mi pelo rizado. Tengo ganas de abrirme y abandonarme, quiero abrir mis piernas, quiero agarrar su mano y empujarla para que sus dedos me exploren.

No puedo moverme, no debo hacerlo, las reglas del juego son estas, no te muevas Lilit, tú no tienes que moverte, eres mía y hago todo lo que yo quiero.

Noto sus manos llevando mis bragas lentamente hasta las rodillas. Sabe que así no puedo abrir las piernas, juega duro, él sabe mis debilidades.

Deja al descubierto mis pelos, mis labios grandes y pequeños.

Baja su cara para poderme oler de cerca, de muy cerca, noto su nariz y el aire que sale de su boca, caliente, seco, porque tiene sed, sed de mí.

No puedo abrir las piernas, no me deja. Sus manos aprietan y acarician mi entrepierna, su lengua busca el sabor de mi piel.

Sé que me está mirando, sé que espera que le pida algo, pero no sin que él haya preguntado antes, así que callo mientras lentamente aprieto mi cadera hacia su cara.

–¿Quieres que siga? Quieres ir al trabajo relajada, ¿verdad? Quieres dármelo todo. Pídemelo, pídeme que no pare.

Sigo sin poder abrir las piernas porque las bragas me lo impiden. No puedo moverme, es su juego, me repito. Me busca él, me mueve él. Su lengua participa activamente en la búsqueda del placer de ambos, se mueve con movimientos precisos.

Con los labios mordisquea mis pliegues, casi me provoca la risa con el cosquilleo de su bigote. Sus golpes aún son lentos y placenteros

Mis gemidos le vuelven loco, se acerca el momento, lo noto.

Me quita las bragas y levanta mis piernas. Ahí, delante de él, completamente abierta para recibir su embestida. No lo va a hacer.

Este es su juego, él manda y ha decidido que solo me voy a correr yo porque no hay tiempo y que él, oliendo sus dedos y mis bragas, después, buscará su placer.

Este es su juego, pero soy yo la que le deja jugar…hoy.