Reflexiones de una ciudadana: “Un monstruo vino a vernos”

Llevamos leyendo sobre el Coronavirus o Covid-19 desde el primer caso que se hizo mediático; exactamente desde enero. Hemos conocido noticias en diferentes idiomas de números que desafortunadamente no se refieren a los ganadores de la lotería, sino de miles de víctimas de una inesperada pandemia que ha detenido al mundo entero o casi.

Actualmente el dato que más me preocupa, proveniente de Italia, es el numero de decesos entre el personal sanitario. Al día de hoy  suman 51 muertos, 6.000 contagiados y tres suicidios. Pueden parecer números irrisorios comparados con la cifra de muertos qua van sumándose todos los días. Sí, es cierto. ¿Pero qué pasa si de repente se muere la madre que amamanta al bebé y éste se queda solo en casa?

Otro dato curioso que me llama la atención leyendo los periódicos italianos es que algunos resaltan en la portada la noticia de los muertos en España y en el resto del mundo. Podría parecer normal si no fuera el país con más muertos en toda Europa, salvo que España pueda superarlo, desafortunadamente. Parece una forma de exorcizar este maldito monstruo que nos vino a ver.  Es como este abrazo virtual, que es el único que nos podemos dar. Es como gritar a los cuatros vientos… “lo estamos haciendo lo mejor posible y todos nos podemos equivocar”.

No se trata de una posición política o creencia religiosa, o todo lo que actualmente deberíamos dejar aparte y unirnos lo más posible. Se trata de una simple reflexión que hago como una ciudadana más que, paradójicamente, está salvando el planeta desde un sofá, sintiendo impotencia y frustración y con un mando de la televisión en la mano.

Hablando de unión para luchar contra el monstruo, en Italia los médicos están tan aburridos que han encontrado hasta tiempo para discutir sobre la autoría del descubrimiento de un fármaco que no previene el Covid-19, pero sí puede llegar a curar a enfermos con dificultad respiratoria grave.  La disputa ha sido entre un médico del norte y uno del sur, qué raro, pero de eso ya hablaremos en otro momento.

No voy a entrar en el mérito de quien tiene la razón, porque no me interesan las “verdades mediáticas” en este momento. La única diferencia que puedo constatar entre el Norte y el Sur de Italia es la diferencia abismal que hay entre las infraestructuras sanitarias, ya que lo he experimentado. Naturalmente, no hace falta especificar quienes tienen las mejores. Solo me gustaría que nos parásemos a pensar cuán cínicos somos en este abrazo virtual y recordarnos que estamos luchando por el mismo objetivo: salvarnos.

Por favor, no hablemos más de unión si no lo hacemos con hechos. Desde que se declaró el Estado de Alarma a nivel nacional vivo encerrada aquí en Madrid en mi casita como la mayoría de los “callejeros” españoles, mientras que en Italia nos llevan una semana de ventaja en cuanto a confinamiento.

No sé si sentirme una privilegiada por haber tenido acceso a unas informaciones sobre el estado de ánimo de las personas durante el periodo de cuarentena en mi país -antes de que yo pudiera sentirme prisionera en la jaula dorada que es mi casa- o sentirme una desgraciada por haber empezado a sentir sus miedos, mientras yo seguía mi vida normal con mi trabajo y mi gente española.  Aún no tengo la contestación.

Vivo en dos países y eso, según el periodo que toca vivir, es un privilegio o una desgracia.

Esta pandemia no nos ha dado el tiempo para llorar la muerte de miles de chinos. Ha tocado llorar a nuestros hermanos italianos, pasando por nosotros en España, después por los parientes franceses y más países que se irán sumando hasta no tener más lágrimas.

Lo siento, pero parece que para cuando los últimos países se vayan infectando, ya no habrá lágrimas para ellos, porque hay que pensar en lamer nuestras propias heridas cuando todo eso haya terminado, porqué esto terminará.

Hoy he hablado con un amigo italiano, un reputado psiquiatra y ya – dicho por él- en edad de ser persona de riesgo. Me ha preguntado si todo eso que estamos pasando cambiará nuestra forma de vivir, de relacionarnos.

Que un psiquiatra pregunte eso a una humilde ciudadana sentada en el sofá con el mando en la mano hace temblar los cimientos más fuertes, poniendo al descubierto la dimensión de este monstruo. He sonreído por la ternura que ha usado formulando la pregunta. Parecía un niño pequeño esperando la contestación de su madre, una contestación que le tranquilizara para dormir y despertar por la mañana en un nuevo mundo hecho de unicornios y arcoíris con monedas de oro para todos. Mi contestación ha sido: “No lo sé. Creo que esto ha sido un frío baño de humildad para la humanidad. Eso es lo único que sé”.

Grazia Giordano