Derechos Humanos: La flor del drama nacional

Según registros de Acnur, 52.000 venezolanos han llegado a Brasil desde el año 2017.
Según registros de Acnur, 52.000 venezolanos han llegado a Brasil desde el año 2017.

CARACAS – Esto es lo que dice Naciones Unidas sobre lo que son los derechos humanos, toda vez que se habla demasiado y con muy poco éxito sobre los mismos:

“Los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición. Todos tenemos los mismos derechos humanos, sin discriminación alguna. Estos derechos son interrelacionados, interdependientes e indivisibles”.

El portal del ente multilateral (http://www.ohchr.org) agrega que “los derechos humanos universales están a menudo contemplados en la ley y garantizados por ella, a través de los tratados, el derecho internacional consuetudinario, los principios generales y otras fuentes del derecho internacional. El derecho internacional de los derechos humanos establece las obligaciones que tienen los gobiernos de tomar medidas en determinadas situaciones, o de abstenerse de actuar de determinada forma en otras, a fin de promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales de los individuos o grupos”.

Nos ha parecido conveniente asentar el par de párrafos precedentes, porque la flor del drama venezolano comienza a remitir cada vez más a la violación de los derechos humanos en Tierra de Gracia.

“La Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y el gobierno de Brasil informaron la apertura este miércoles de un nuevo albergue para las familias venezolanas que emigraron a territorio brasileño”, dijo hoy el matutino El Nacional. Acnur calificó el refugio como “un espacio seguro y digno” para los ciudadanos.

Diáspora “trash”

“El Acnur y el gobierno Federal de Brasil abrieron un nuevo albergue que proporcionará un espacio seguro y digno para las familias venezolanas que desean reconstruir sus vidas en dicho país”, despachó la organización desde el cajetín de 140 caracteres, de la red social de micro blogging del pajarito azul, Twitter.

Venezolanos estarían siendo trasladados desde una plaza en Boa Vista hasta el albergue con la asistencia de la Casa Civil Presidencial, el Ejército de Brasil y la Municipalidad de Boa Vista. Ya la gente no se va en condiciones holgadas, con excelentes plazas en corporaciones musculosas, ni a cursar estudios de cuarto nivel en distinguidas universidades.

El presidente Nicolás Maduro echa mano del cinismo, cuando invita a visitar los restaurantes de Altamira “para que veas la crisis humanitaria”. ¿Quién tiene “Money in the pocket” para gastar hoy en lujos de restauración y whisky 18 años? Parece que lo tienen aquellos que el periodista Juan Carlos Zapata (Plomo más plomo es guerra, Los Ricos Bobos, Doctor Tinoco) ha bautizado como la “boliburguesía”.

La diáspora roza los 3 millones de personas, según el experto Tomás Páez -doctor en sociología por la Universidad de Londres-, quien ha capitaneado una vasta investigación llamada “La Voz de la Diáspora”. Páez ha remarcado que el éxodo seguirá, pero no necesariamente los que se han ido están siendo mal ponderados afuera. Pone por caso Argentina, donde la academia ha dejado de pedir el titulo apostillado a los venezolanos, como un gesto de clásica amplitud austral.

No quiere decir que esto que vemos hoy entre Acnur y el gobierno de Brasil no nos hable de una diáspora que también lleva trazas de afectar cada más la imagen de Venezuela -como marca- en el mundo entero. Es una sola Venezuela. Duele muy adentro. Los que están acá echan de menos los trabajos forzados de los que se fueron, y éstos –a su vez- sienten el punzar de haber dejado familia y amigos muy atrás. No se puede pretender seguir la vida como si tal cosa.

El quid del asunto es que –a esta hora- la gente se va porque acá en Venezuela la crisis económica es cada vez peor. El hampa está desbordada. Esta es otra razón de peso para cruzar como sea la frontera. El experto en blanqueo de capitales, Alejandro Rebolledo, disparó hace no mucho a medios locales que “Venezuela está controlada por el crimen organizado”.

Comiendo de la basura

Ayer el diario estadounidense El Nuevo Herald (Miami) lanzó una radiografía de nuestro drama en clave de crónica: “Mientras Liliana le saca los piojos a su novio, Patricio —los dos sentados juntos en la acera de una calle de Caracas—, la joven observa de cerca a su familia. Cuando una niña de 10 años llamada Danianyeliz se arrodilla a tomar agua de un charco, Liliana le regaña y le brinda un trago de una botella de jugo que acaba de encontrar en una bolsa de basura”.

Friganismo. Así se llama técnicamente a este doloroso fenómeno. Gente que come directo de la basura. No son solo adultos. También niños en esta situación. ¿Dónde están los derechos humanos de estas personas? Es claro que esta gente no tiene nada que ir a buscar a un restaurante de Altamira, en un país hiperinflacionario, donde ha sido forzada recién otra reconversión monetaria, y donde todos los economistas sensatos hablan a diario de dolarizar la economía para sincerarla.

La nota de El Nuevo Herald prosigue de este tenor: “A los 16 años Liliana se ha convertido en la figura materna de una banda de niños y adultos jóvenes venezolanos llamado Chacao, el nombre del vecindario que reclaman como su territorio. Los 15 miembros del grupo, de entre 10 y 23 años, cooperan para sobrevivir las violentas peleas por la basura ‘de calidad’ en medio de la fuerte escasez de todo que hay en el país”.

O sea, la basura ya ha sido diagnosticada por la nueva camada de indigentes, que comienza a separar en ella lo bueno de lo malo, lo comestible de lo que no lo es, y, aquí lo rudo de este relato, a defender con poder de fuego su bocado diario. “Sus armas son cuchillos, palos y machetes. El premio son las bolsas de basura con suficientes alimentos en estado aceptable para comer”. La crisis venezolana clama al cielo. Si la prensa se callara, es seguro que gritarían las piedras.

Alejandro Ramírez Morón

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